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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Los hechos hablarán. A la mañana del octavo día, el cartero me trajo un sobre, con los bordes dorados... escrito por ella... Al principio me sobrecogió un gran miedo, y los ojos se me llenaron de lágrimas. Me dije: «Ya está, querido amigo, te han mandado el hoyo...» Pero, en seguida, sentí una gran tranquilidad.

La intención que el cantor dió a los últimos versos fué tan ahincada, el acento tan blando y las circunstancias tan claras, que María, sin estar más en , dejó asomar a sus ojos las lágrimas más tiernas y de más amor y ternura; pero acaso al volver la cabeza, y al encontrar la airada vista de Muley, que ni un átomo perdía del canto ni de las lágrimas, fué tal el susto que sobrecogió a la ya tan combatida amante, que temerosa y confundida se sintió tomar de tan cruel desmayo, que apenas tuvo tiempo de dejarse caer en los brazos de las doncellas que alrededor estaban.

Ya todos los acontecimientos transcurridos se sucedían en mi memoria como las reminiscencias de un sueño, pero yo aspiraba aún al porvenir, y este porvenir incierto lo llenaba con mis quimeras, cuando, de pronto, una idea horrible me sobrecogió. ¡El porvenir! exclamé , ¿y con qué derecho, miserable suicida, te atreves a hacer planes sobre el porvenir?

El bandido se sobrecogió de terror porque imaginó al principio que el viejo guarda, o lleno de envidia por la ventura que otros iban a lograr, o enojado porque le profanaban su mansión, donde el día antes había estado todavía de cuerpo presente, venía ahora capitaneando una legión de demonios para llevárselo al infierno.

Turbada, perdí mi calma, se estremeció el corazón, y una celeste ilusión me abrasó de amor el aúna. Me pareció que te vía en la oscuridad profunda, que a la luna moribunda tu penacho descubría. Me figuré verte allí con melancólica frente, suspirando tristemente tal vez, Manrique, por . No me engañaba... un temblor me sobrecogió un instante... era sin duda mi amante, era ¡ay Dios! mi trovador.

Refiérese á la batalla naval, que se dió en 25 de agosto de 1435, cerca de la isla de Ponza, entre los genoveses y los reyes de Aragón y de Navarra, y terminó con la derrota y cautiverio de los últimos . Comienza el poeta con una breve introducción alusiva á la instabilidad de las cosas humanas, y después de una invocación á Júpiter y á las musas, dice que un día oscuro de Otoño le sobrecogió el sueño en un paraje desierto, y que á poco llegaron á sus oidos voces dolientes, como de personas que lloraban, y lo despertaron, apareciéndosele cuatro damas coronadas, profundamente afligidas.

El espanto le sobrecogió de tal suerte, que, desfigurado su rugoso y pálido rostro por horrible mueca, torcida y muy abierta la boca como para exhalar a escape el último aliento, desencajados los ojos y dilatadas las pupilas, se desplomó sin vida en el suelo.

Pronto como el rayo atacó á su vez, mas la espada de Tránter apartó violentamente la suya y continuando su giro descargó otro tajo terrible, que si bien fué parado á tiempo, sobrecogió á los espectadores amigos de Roger.

Un poco se sobrecogió porque aquellos cafres no se distinguían por un respeto exagerado al clero y la nobleza. Por eso al pasar dijo en alta voz y muy finamente: Buenas noches nos Dios. Algunas risotadas indecentes fueron la única respuesta á tan cortés saludo. D. Lesmes quedó acortado, pero dijo para su capote: «Menos malo si paso con esto». Pero no pasó.

Pero D. Peregrín, por ventura notando la imposibilidad de dar un paso, o sofocado por la cólera, que se le había ido aumentando poco a poco, respondió con una mueca de ira y desdén que sobrecogió a su infeliz hermano y le quitó por completo las ganas de insistir. ¿Qué es eso? preguntó D. Martín de las Casas, que estaba sentado a su lado. ¿No quiere venir D. Peregrín?

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