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Y otra hermosura de la Ilíada es el modo de decir las cosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando Júpiter consintió en que los griegos perdieran algunas batallas, hasta que se arrepintiesen de la ofensa que le habían hecho a Aquiles, y «cuando dijo que , tembló el Olimpo». No busca Homero las comparaciones en las cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que él cuenta no se olvida, porque es como si se lo hubiera tenido delante de los ojos.

Os juro por la cabeza de Hércules, de Júpiter, de Venus, de Baco, de Afrodita, que todos nosotros... En fin, ya me comprendéis, ¿verdad? ¡Señores romanos de la antigüedad, al asalto! CLEOPATRA. Ahora iremos a dar un paseíto. ESCIPIÓN. ¡Todo lo que queráis, señoras! ¡Señores romanos de la antigüedad, adelante! ¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡No todos a una! ¡Cada cual cuando le toque!

Id por la escala luego, y vos, Ermilio, Haced que mi rodela se me traiga, Y la celada blanca de las plumas, Que á fe que tengo de perder la vida, O sacar desta duda al campo todo. Ves aqui la rodela y la celada, La escala vesla alli la trae Olimpio. Encomendadme á Jupiter inmenso, Que yo voi á cumplir lo prometido.

Mientras una gota de sangre inmortal aliente en mis venas, CERVANTES no triunfará. ¿Cómo permitir que el libro que echa al suelo mi gloria y ridiculiza mis hazañas se alce victorioso? JÚPITER; yo te ayudé en otro tiempo: atiende, pues, ahora á mis razones. ¿Oyes, justiciero JOVE, las razones del valeroso MARTE, tan sensato como esforzado?

Pues nunca he sido verdaderamente vicioso. ¡Oh!, ¡quién hubiera sido poeta!... Derramando mi idealidad en versos, habría conservado mi ser moral. Pero nunca supe hacer una cuarteta, ni he sabido distinguir a Júpiter de Neptuno... ¿Ves cómo estoy? ¿Ves mi ruina? Pues mira, tengo la conciencia tranquila. No he despojado a nadie.

Volvamos empero á nuestros caminantes. Al salir de Júpiter, atravesáron un espacio de cerca de cien millones de leguas, y costeáron el planeta Marte, el qual, como todos saben, es cinco veces mas pequeño que nuestro glóbulo; y viéron dos lunas que sirven á este planeta, y no han podido descubrir nuestros astrónomos.

Para mayor evidencia aún, acudamos a otra bella arte: a la escultura. Nadie me negará que aquel glorioso personaje que dio nombre a su siglo y que tenía tan claro entendimiento y tan delicado gusto, recordaría el Júpiter y la Minerva de su amigo Fidias, y todas las estatuas de nuestras plazas, templos y paseos le parecerían menos que medianas.

La presencia de este Amor constituye la bienaventuranza de los dioses. Sin embargo, este amor es tan bueno y tan piadoso, que, lastimado de la miseria y bajeza de los hombres, pide de vez en cuando licencia a Júpiter para descender a la tierra y traernos consolación y cierto reflejo de la luz de la gloria.

Este sabio lleva al olímpico Perícles a un gabinete o museo de figuras de cera y me le deja estupefacto y aturdido. ¿Qué tienen que ver Minerva y Júpiter, donde el oro, el marfil y el mármol sólo imitan lo exterior de la Naturaleza, y aun esto incompletamente y sin todos sus pelos y señales, como en las figuras de cera?

¿Cómo lo sabe usted? murmuró ella impresionada por aquel hondo acento . Pues a se me figura que en las estrellas, que son tan bonitas y lucen tanto, no ha de haber penas, ni riñas, ni muertes, como acá.... ¡Si allí debe de ser la gloria! afirmó alzando la mano, para señalar al refulgente globo de Júpiter.