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Actualizado: 13 de mayo de 2025


El manteo que el canónigo movía con un ritmo de pasos y suave contoneo iba tomando en sus anchos pliegues, al flotar casi al ras del pavimento, tornasoles de plumas de faisán, y otras veces parecía cola de pavo real; algunas franjas de luz trepaban hasta el rostro del Magistral y ora lo teñían con un verde pálido blanquecino, como de planta sombría, ora le daban viscosa apariencia de planta submarina, ora la palidez de un cadáver.

Escribió una mañana a Juana, diciéndole que iría a verla, salvo contraorden, a las tres de la tarde, porque tenía que confiarle algo muy importante y agradable. Juana, algo intrigada con aquel misterio, la esperó a la hora indicada. Viola entrar en su gabinete con un sirviente portador de una de esas casillas de mimbre, adornada con cordones, franjas y borlas, que se usan ahora para los perros.

Las lugareñas de más tono usan mantilla sin velo ni blondas, esto es, una gran tira de franela negra, con anchas franjas de terciopelo. Las muy pobres, hacia Levante, llevan el mantón doblado en triángulo, pendiente de la cabeza, lo que les ahorra otro pañuelo y les da un aire míseramente africano.

Adquirió su poema formas concretas, ya no fue nebuloso; y en las tiendas de los israelitas, que ella bordó con franjas de colores, acamparon ejércitos de bravos marineros de Loreto, de pierna desnuda, musculosa y velluda, de gorro catalán, de rostro curtido, triste y bondadoso, barba espesa y rizada y ojos negros.

Al mismo tiempo hormiguea en las calles un enjambre de obreros toscos y brutales, vestidos con abandono, de marinos de todas las naciones, de comisionistas afanados á caza de clientes, de negociantes inquietos entregados exclusivamente á la fiebre de la especulacion, de soldados de franjas amarillas, pasablemente ociosos, de carreteros y vivanderas haciendo una algarabía de todos los diablos, de algunos semi-majos y toreros de estilo de matamoros, y de pillos de todas edades que abundan siempre en las ciudades mercantiles, con su numeroso acompañamiento de andrajosos mendigos que son inevitables en casi todas las ciudades españolas.

Y porque aquél está pobre y necesitado, mandamos quemar las coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en los más versos hacen sus damas de todos metales." Aquí no lo pudo sufrir el sacristán, y levantándose en pie, dijo: "¡Mas no, sino quitarnos las haciendas!

Palabra del Dia

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