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En el centro están los talleres ó fábricas y las habitaciones de la clase media; al sur, cerca de la grande estacion del ferrocarril y el telégrafo, y de la aduana, se encuentran los famosos hoteles para los viajeros; y en el barrio oriental viven los obreros, se cruzan las vivanderas y hormiguean los campesinos, terminando la ciudad hácia el norte y el éste por una serie de quintas, huertas de hortalizas y jardines que tienen el aspecto mas pintoresco aún en los dias helados de invierno rigoroso.

Al mismo tiempo hormiguea en las calles un enjambre de obreros toscos y brutales, vestidos con abandono, de marinos de todas las naciones, de comisionistas afanados á caza de clientes, de negociantes inquietos entregados exclusivamente á la fiebre de la especulacion, de soldados de franjas amarillas, pasablemente ociosos, de carreteros y vivanderas haciendo una algarabía de todos los diablos, de algunos semi-majos y toreros de estilo de matamoros, y de pillos de todas edades que abundan siempre en las ciudades mercantiles, con su numeroso acompañamiento de andrajosos mendigos que son inevitables en casi todas las ciudades españolas.

Era curioso oir á todas esas vivanderas y á los bateleros hablar en inglés, español, francés y aún alemán con la soltura ménos gramatical del mundo, pero con una gracia encantadora, estropeando todas las lenguas y haciendo de ellas una especie de olla podrida tan extravagante como típica.

Y luego, tan presto se da con el obrero sucio y fatigado, sudando y riendo, alegre, alborotador y pendenciero, que tira de una carreta ó dirige las mulas de un carro de mercancías, como se encuentra un enjambre de grisetas advenedizas, corredoras de aventuras que vienen del interior á buscar el rico botin de la corrupcion en los grandes puertos; ó se tropieza con grupos de vivanderas que hacen una infernal algazara, mujeres flacas, morenas, de ojos ardientes, de cara angulosa y líneas fuertemente pronunciadas; vestidas con enaguas ó trajes de colores vivos, pañolones rojos ó amarillos, un pañuelo atado á la cabeza, en forma de turbante ó suelto por detras, medias de algodon y alpargatas ó viejos zapatos de cuero tosco, y llevando cada una un enorme cesto de frutas ó legumbres, ó una carreta de mano, para ofrecer el artículo con gritos incesantes y chillidos agudos que penetran el cerebro.