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A las causas generales que marchitan y secan en flor semejantes inclinaciones, debe agregarse en este caso la poca conformidad de los caracteres. Manolito, si bien de rostro expresivo y hasta hermoso, era travieso, ruidoso, pendenciero e insolente. Una buena cualidad se reconocía en él: la de no ser rencoroso. Marta era apacible, callada, firme, circunspecta y reservada.

Todos prorrumpieron en risas. Exacerbado con ellas el humor pendenciero de D. José, se puso éste como la grana, y uniendo el gesto impetuoso a la dicción enfática, añadió: «Porque usted se empeña en mancillar el honor de una joven de altísima familia, y yo no permito, ¿lo entiende usted?, no permito... ¡yo que soy su segundo padre...! Tiene razón dijo Miquis . Esto no puede quedar así.

Todo el mundo sabe y de ello hemos hablado y yo en el convento, que tu pariente Hugo de Clinton es un bebedor sin tasa, pendenciero y jugador, que ha dado escándalos mayúsculos y que probablemente hará tanto caso de como de un perro, si es que no te maltrata. No puedo creerlo, repuso Roger. Y si tan malo es, mayor deber tengo yo, su único hermano, de darle algunos buenos consejos.

Entonces se nutría de hábiles retóricas, de erudición doctrinaria carlista, y hacía esgrima de sable con el brazo valentón y pendenciero de jóvenes oficiales granadinos.

Es de advertir que en la provincia de Tayabas, las principalas asisten á la mayor parte de los actos oficiales, no faltando nunca á las elecciones. Más de un indio se traspuso ante los vapores del tinto; pero sin consecuencias. La borrachera del indio es sui generis, propia y peculiar suya. Generalmente no pierde el conocimiento, y rarísimas veces le da la juma por ser valiente y pendenciero.

El de elevada estatura y hercúleo cuerpo es Captal de Buch, nombre que habréis oído con frecuencia, pues no hay en Gascuña más famosa lanza. Habla con él Oliverio de Clisón, apellidado el Pendenciero, pronto siempre á enconar los ánimos y atizar la discordia.

Era el tal, jugador, holgazán, pendenciero, pero, sobre todo, borracho, y con tan mal vino, que su desdichada compañera podía contar las copas que empinaba por los guantazos y empellones que ella recibía luego.

El príncipe no podía adivinar esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca, en su presencia, abandonaban las formas corteses. Además, ocupado en sus propios pensamientos, no se dió cuenta de que el profesor se había vuelto algo pendenciero, excitado sin duda por la hostilidad de Atilio.

Si en lo moral se distingue por las fuertes pasiones, el sentimiento artístico, el humor pendenciero, y el gusto por la algazara, el baile frenético, la guitarra, la cancion bélico-amorosa y las alegres libaciones, en sus hábitos exteriores tiene todo lo pintoresco de los pueblos apasionados.

El marido, que se llamaba Joaquín, pero a quien nadie conocía en el barrio sino por el mote de Fierabrás, ya anunciaba de muy joven lo que había de ser: calavera, pendenciero y borracho. Por esto quizá se había chiflado por él. Nunca le habían gustado de mocita los hombres formales y laboriosos.