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El aya, en pie también, con las manos cruzadas, los observaba atentamente, sin dejar por eso de mover sus labios finos y rojos. Concluída la oración, los niños miraron al aya: ésta hizo una imperceptible señal con los ojos y todos se sentaron. Un criado con librea fué anudando las servilletas á la garganta de los chicos bajo la atención vigilante de la institutriz. Nadie despegaba los labios.

¡Sst, sst! Pero el apuro de Juanito cuando, llegada la hora del mercado y abierta la barrera, los criados que se alquilaban se colocaban al lado de los respectivos anuncios que señalaban su clase. Los criados, unos diez ó doce tipos rudos, vestidos de librea y llevando una ramita en la mano, se situaban debajo del anuncio domestiques. ¡Esos son los domésticos! dice Juanito.

El pobre tiene inclinación a mirar con envidia al rico; sin embargo, debe recordarse que muchos hombres y mujeres que van cómodamente arrellanados en sus lujosos carruajes y servidos por sirvientes de librea, contemplan con anhelo a esos humildes trabajadores de las calles, bien convencidos de que esos millones de seres que ellos designan con el término de «las masas», son, en verdad, mucho más felices que ellos.

Enseguida se puso a contemplar su propio retrato con bastante mayor avidez que el de su primo. Nada más puesto en razón. Por vez primera se veía en verdaderos hábitos de mujer, sin el menor vestigio del cascarón de la niña ni de la librea de la colegiala; y había mucho que mirar y que considerar en aquella nueva fase de su vida. La tesis de Don Alejandro

Cuando pasaba de uno en otro salón, un paje caudatario, con morada librea, sostenía por detrás el extremo de su larga cola de chamelote. Las dos primeras veces que Ramiro fue a echarse a los pies del Canónigo topó en los corredores con una dama arrebujada en su manto.

Niños y mujeres del pueblo pasaban también, cargados de coronas fúnebres baratas, de cirios flacos y otros adornos de sepultura. De vez en cuando un lacayo de librea, un mozo de cordel atravesaban la plaza abrumados por el peso de colosal corona de siemprevivas, de blandones como columnas, y catafalcos portátiles.

No, por cierto repuso, en tono despreciativo, una señora anciana que llevaba en brazos un perrito de Viena, y la cual iba seguida por dos lacayos de lujosa librea; el conde Arturo no se ha casado: monseñor su tío no lo consentiría. ¿Quién es, entonces, esa linda joven?... ¿Su hermana, acaso? Nada de eso; es su amante... una bailarina de la Opera, según creo.

A la puerta del salón, vestido de librea, montaba la centinela Patón, un lacayo de labios bozales y ojos de cerdo, que nos tenía a mi padre y a mala voluntad y envidia no disimuladas. Cuando yo iba a filtrarme en el salón, este animal me cogió por el cerviguillo, sin decir palabra, y me arrojó a trompicones diez metros pasillo adelante. Me senté en una butaca, con la cara escondida, hipando.

Llegamos al portal, los lacayos nos cobijaron con una mirada maestra; no vieron bulto ni cosa alguna que lo valiese; se convencieron de que nada habiamos comprado, de que habiamos sido inútiles á sus señores, de que la librea habia sido nula, y creyeron prudente ó estratégico retirar el saludo. ¡Gracias á Dios! Ya estamos en la calle de Richelieu.

El jardincito del abate Constantín, sólo estaba separado del camino por una verja muy baja, en medio de la cual había una pequeña puerta. Los tres miraron y vieron venir un carruaje de alquiler de forma primitiva, tirado por dos grandes caballos blancos, manejados por un cochero de blusa. Junto al cochero iba un criado con librea de la más severa y perfecta corrección.