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Actualizado: 21 de junio de 2025
EL JEFE. ¿Y crees que no temo, como tú, la cólera de la Virgen al tocar unas mercancías que ¡por Santiago! huelen más a azufre que a cera? EL JEFE. ¡Cállate, impío! EL FILÓSOFO. Después de todo, no son los exorcismos del reverendo los que le quitarán el olor, si es que lo tienen; a mí que me den las mercancías endiabladas, si son más baratas, y yo hago mi negocio; porque soy de opinión...
En competencia con su mujer, pocos dedos conservaba en sus manos libres de sortijas; sólo que las suyas no eran baratas, sino de oro macizo, gruesas, pesadas y con cada pedrusco que quitaba la luz de los ojos.
Desde entonces, sordamente, había comenzado a hacer guerra a las acciones, vendiéndolas cada vez más baratas para depreciarlas. Llevaba buen camino para conseguirlo. En pocos meses habían bajado desde ciento veinte, a que se habían puesto poco después de la venta, hasta ochenta y tres.
Las baratas, que así llaman allí a ciertas asquerosas cucarachas con alas, nos daban muchísimo asco, sobre todo en los instantes que preceden a la lluvia, porque dichos animalitos buscan refugio en las habitaciones, las invaden, cuajan el aire formando espesas nubes, se posan en los muebles, en las manos y en las caras y esparcen un olor empalagoso y algo nauseabundo.
Las vivencias en los corrales salen más baratas; pero hay todos los días reyertas sobre si el pozo, sobre si la alberca, sobre si la ropa, etc., que hacen la vida más fastidiosa. Luego la casera ejerce sobre ellas un mando despótico y abusa de su posición.
Quizá lo que veía en los otros no era más que el reflejo de su propia imagen como nos sucede a todos los humanos. Para él no había hombre ni mujer incorruptibles. Un poco más caras o un poco más baratas las conciencias, todas estaban a la venta. En los últimos años el soborno llegó a ser en él una manía.
Colocada entre la calle de San Fernando y la de las Mantas, en el punto más concurrido del Mercado, participaba del carácter de estas dos vías comerciales de la ciudad. Era rústica y urbana a un tiempo; ofrecía a los huertanos un variado surtido de mantas, fajas y pañuelos de seda, y a las gentes de la ciudad las indianas más baratas, las muselinas más vistosas.
Exhalóse al cabo en murmuraciones contra, la Providencia, y le vino la tentacion de creer que todo lo regia un destino cruel que á los buenos oprimia, y hacia que prosperasen los caballeros verdes: que uno de sus mayores sentimientos era verse con aquellas armas verdes que tanta mofa le habian acarreado. Pasó un mercader, á quien se las vendió muy baratas, y le compró una bata y una gorra larga.
Todo es nuevo para este pobrete que pasó su vida rodando por casas de huéspedes de las más baratas, y en cuanto a buques, no ha visto otros que las barquillas del estanque del Retiro... Y esto es grande, ¡muy grande! Calló un instante, como si concentrase su pensamiento para apreciar mejor tanta grandeza, y luego continuó: Lo que nos rodea aún es más enorme.
¡Tú siempre con esa actividad febril! dijo, sonriendo y alargándole la mano. ¡Siempre detrás del dinero! Cuando ya iba a trasponer la puerta, Calderón se acordó de que podía utilizar aquella visita. Oye, Antonio: tengo ahí un montón de londres.... ¿Las quieres? Te las doy baratas. No me hacen falta ahora. ¿Cómo las cedes? A cuarenta y siete. ¿Son muchas? Ocho mil libras entre todas.
Palabra del Dia
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