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¡Los estúpidos! ¡como si entendieran el francés! dijo la dama mirando con soberano desprecio á todas partes y fijándose en el palco de Juanito de donde creyó oir partir un imprudente sst. Juanito en efecto era culpable; desde el principio se las echaba de entender todo y se daba aires, sonriendo, riendo y aplaudiendo á tiempo como si nada de lo que decían se le escapase.

¡Sst, sst! Pero el apuro de Juanito cuando, llegada la hora del mercado y abierta la barrera, los criados que se alquilaban se colocaban al lado de los respectivos anuncios que señalaban su clase. Los criados, unos diez ó doce tipos rudos, vestidos de librea y llevando una ramita en la mano, se situaban debajo del anuncio domestiques. ¡Esos son los domésticos! dice Juanito.

Es un buen chico, muy amigo mío; no tiene más defectos que uno: es mestizo chino y se llama á mismo español peninsular. ¡Sst! Mira á Ben Zayb, ese con cara de fraile, que lleva un lapiz en la mano y un rollo de papeles, es el gran escritor Ben Zayb, muy amigo mío; ¡tiene un talento!... Diga usted, y ese hombrecillo con patillas blancas...

Hombres muy sensatos conocemos que primero subían al patíbulo que entraban en el teatro antes del primer acto. Pero el gozo de la dama fué de corta duracion; había visto el otro palco que continuaba vacío; frunció las cejas, y se puso á reñir á su cara mitad armando tal escándalo que muchos se impacientaron. ¡Sst! ¡sst!