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El grupo donde iba Miguel se quedó algunos minutos inmóvil presenciando el desfile e inquiriendo con la vista si entre las graves damas y caballeros que venían arrellanados en los landaux o mylords había algunos de sus conocidos a quien poder dirigirse.

Otros, por encima de ellos, ocupaban, como si fuesen bancos, los mástiles de las grúas colocados horizontalmente. Algunos, con aire señoril, dormían arrellanados en sillones plegadizos de lona vieja, recuerdo de anteriores viajes. Correteaban bandas de muchachos medio desnudos, yendo a refugiarse entre las rodillas femeninas en los azares de su persecución.

Como se ve, pues, los capitulares eclesiásticos eran grandes aficionados á los toros en aquellos tiempos y no dejaría de ser curioso el aspecto que ofrecería el palco del cabildo Catedral, que era siempre de los más lujosos, adornado de sus ricas telas y con anchos y cómodos sillones de terciopelo y oro, en los cuales muy arrellanados los señores seguían los incidentes de la lidia, entretenidos en sabrosa plática remojada con los dulces y refrescos.

Después del almuerzo, muchos pasajeros, en vez de permanecer arrellanados en los asientos del jardín de invierno como gentes faltas de ocupación, tomaron rápidamente el café y salieron cual si fueran en busca de algo importante.

El pobre tiene inclinación a mirar con envidia al rico; sin embargo, debe recordarse que muchos hombres y mujeres que van cómodamente arrellanados en sus lujosos carruajes y servidos por sirvientes de librea, contemplan con anhelo a esos humildes trabajadores de las calles, bien convencidos de que esos millones de seres que ellos designan con el término de «las masas», son, en verdad, mucho más felices que ellos.

Me acuerdo de aquella tarde en que me dejó usted solo en su carruaje y ordenó al cochero que me llevase á un sitio que llaman la Castellana... ¡Santo Cristo del Amparo!... Señores, aquél era un cruzar de coches á un lado y á otro, lo mismo, lo mismo que cuando se tropieza con un hormiguero en la tierra... Aquellos señorotes y señorotas que iban muy arrellanados me miraban y se reían... Dirían, sin duda: ¿qué diablos vendrá á hacer aquí este pobre cura de aldea?... ¿Y á qué?

Ocultos en la sombra de un rincón, alrededor de aquella mesa, arrellanados en un diván unos, otros en mecedoras de paja, estaban media docena de socios fundadores, que de tiempo inmemorial acudían a las tres en punto a tomar café y copa. Hablaban poco. Ninguno se permitía jamás aventurar un aserto que no pudiera ser admitido por unanimidad.