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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Poco a poco fueron enrojeciéndose las paredes de los altos campanarios, los ruidos se hicieron más perceptibles a través del aire algo más húmedo, anchas franjas de fuego se formaron sobre el ocaso hacia el lado en donde se alzaban por encima de las casas los mástiles de los barcos amarrados a la orilla del río.
Las zarpas del tío lo exponían de pie ante las bocanadas de aire salitroso que entraban por la ventana. El mar estaba obscuro y velado por una leve neblina. Brillaban las últimas estrellas con parpadeos de sorpresa, prontas á huir. En el horizonte plomizo se abría un desgarrón, enrojeciéndose por momentos, como una herida á la que afluye la sangre.
Continuaba el Cantó sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza púrpura coloreaban sus pómulos; dilatábase su débil cuello, marcándose en él las venas con azul relieve.
El hierro era de un rosa intenso al salir del horno con ruidosas gárgaras; rodaba por las canales con la torpeza del barro, enrojeciéndose como sangre coagulada, y al quedar inmóvil en los moldes, se cubría de un polvo blanco, la escarcha del enfriamiento. El médico no podía seguir junto al horno, y tiraba de Sanabre. Vámonos, ingeniero del demonio. Esto es para morir.
Palabra del Dia
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