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Sintió también que le asían las manos otras manos despojadas de carne, consuntas, amojamadas y momias; comprendió que la guiaban hacia el estrado, y que le ofrecían uno de los sitiales, y apenas se hubo sentado en él, conoció con terror que el asiento se desvencijaba, se hundía; que se largaba cada pedazo del sitial por su lado sin crujidos ni resistencia; y con el instinto de la mujer encinta, se puso de pie, dejando que la última prenda del esplendor de los Limiosos se derrumbase en el suelo para siempre....

Eso dirá interrumpió la dueña; pero yo recuerdo haber oído afirmar al señor canónigo Miguel de la Higuera, gran sabidor de abolengos, que los señores de San Vicente eran de muy antigua casa, que guerreó mucho con los moros, y vienen de una María de la Cerda, y cuentan con dos condestables de Castilla, y tienen sus armas pintadas en los sitiales de la capilla mayor de San Vicente de esta ciudad. ¿Acaso no va predicando la alteza de la casta el mesmo continente de don Gonzalo? ¿Viose nunca un mancebo más cortés, más bizarro? ¿Cuál otro más diestro en las armas, cuál otro danza y tañe como él?

Los jóvenes, hundidos en altos sitiales de drama romántico, hablaban de caballos y mujeres y llevaban la cuenta de cuantos desafíos se realizaban en España, pues todos eran hombres de honor quisquilloso y obligatoria valentía. En un salón interior se tiraba a las armas; en otro se jugaba desde las primeras horas de la tarde hasta después de salido el sol.

Apenas si veía brillar confusamente sobre el tablado las labores de plata de los negros terciopelos, las armas de la Inquisición y del Rey bordadas sobre el morado dosel que exornaba los sitiales carmesíes, y, hacia el centro de la plaza, el oro del frontal color de sangre que prescribía la liturgia de aquel tremendo holocausto.

Pero ella habló de Salvador con grato afecto, sin revelar ninguna cosa extraña. Rita hizo girar por el cuarto sus ojos de présbita, curiosos y esforzados, y se condolió: Hija, qué habitación tan ruina tienes...; ¿no hay otra mejor para ti? Yo escogí ésta; aquí estoy bien. No te criaste así, que tenías en tu cama colgaduras de damasco y en tu gabinete sitiales de tisú y mesas con mármoles....

Empujó las hojas y hallose en una gran pieza lóbrega a la sazón, que no era sino el comedor, y por tener cubiertos los muros de una imitación del antiguo cuero cordobés, parecía harto más sombría, ayudando a ello los altos aparadores de roble esculpido, y sitiales de lo mismo.

Aunque no de grandes dimensiones, la cámara del príncipe estaba amueblada y decorada con tanto gusto como riqueza. En el testero, sobre un estrado, dos regios sillones con dosel de terciopelo carmesí esmaltado de flores de lis de plata. Sitiales tallados recubiertos de damasco, tapices, alfombras y almohadones ricamente guarnecidos completaban el mueblaje.

De ellos, el principal es el de Santa Ana, en cuyo ámbito, y de la misma mampostería del puente, hay asientos o sitiales siempre llenos de curiosos, que en las noches calurosas de junio y julio se empapan allí del ambiente perfumado y voluptuoso que en pos de lleva la corriente.

Tomaron éstos asiento en los dos bancos de tallado roble que iban desde el estrado hasta el extremo opuesto de la estancia, donde el hermano Ambrosio y el Maestro de novicios ocuparon sendos sitiales. Era el primero un joven enteco, alto y pálido, que oprimía nerviosamente entre sus manos un enrollado pergamino.

Eran de otra época los muebles que la acompañaban, la suntuosa y maciza cómoda de manijas talladas, los sillones altos como sitiales; de otra época los grandes marcos de un oro ya sin brillo: en las telas agrietadas, los rasgos expresivos de las caras habían comenzado a borrarse, y la sonrisa de estas caras, alguna llena de hermosa juventud bajo lo anticuado del atavío, parecía velada de pesadumbre, como por la conciencia larga de la muerte.