United States or Cuba ? Vote for the TOP Country of the Week !


La desolación del campo era resignada, poética en su dolor silencioso; pero la tristeza de la ciudad negruzca; donde la humedad sucia rezumaba por tejados y paredes agrietadas, parecía mezquina, repugnante, chillona, como canturia de pobre de solemnidad. Molestaba; no inspiraba melancolía sino un tedio desesperado.

Una espesa cortina de álamos cerraba la plazoleta formada por el camino al ensancharse ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negros ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada.

Sólo en invierno, las paredes sucias y agrietadas se veían por entre las ramas desprovistas de hoja; pero en cualquiera otra época del año, para ver el molino, había que penetrar en la plazoleta que se extendía ante su puerta, espantar el grupo de ocas y despertar de su cuchitril al perro guardián, siempre gruñendo.

Aquello debía ser hereditario: la afición de sus antecesores los montañeses de Aragón a las hembras fornidas, duras, oliendo a bestia bravía y con las manazas agrietadas por el esparto y la tierra de fregar.

Las niñas tenían un salón con muebles ricos apoyados en paredes agrietadas y lámparas ostentosas que nunca se encendían. El padre perturbaba con su rudeza esta habitación cuidada y admirada por las dos hermanas. Las alfombras parecían entristecerse y palidecer bajo las huellas de barro que dejaban las botas del centauro. Sobre una mesa dorada aparecía el rebenque.

Eran de otra época los muebles que la acompañaban, la suntuosa y maciza cómoda de manijas talladas, los sillones altos como sitiales; de otra época los grandes marcos de un oro ya sin brillo: en las telas agrietadas, los rasgos expresivos de las caras habían comenzado a borrarse, y la sonrisa de estas caras, alguna llena de hermosa juventud bajo lo anticuado del atavío, parecía velada de pesadumbre, como por la conciencia larga de la muerte.

En una hermosa tarde de otoño, un temblor de tierra se dejó sentir en la pequeña cuenca del arroyo; las casas se balancearon con gran terror de sus habitantes, y algunas paredes ya agrietadas se derrumbaron con estrépito. El temblor de tierra no tuvo otras funestas consecuencias, pero fué el tema que durante algún tiempo preocupó á los sabios é ignorantes de los pueblos y aldeas.

Toda ruina tiene para nosotros un augusto misterio ante el cual bajamos con respeto la frente. Las agrietadas aspilleras del castillo de San Diego, son otras tantas páginas de nuestra gloriosa historia.

No había allí estatuas de mármol, ni custodias doradas, ni ricos vidrios ni cuadros raros; solamente las cuatro paredes húmedas y agrietadas, el tragaluz abierto por el que entraban libremente el viento, la lluvia y la nieve o, a veces, un cálido rayo de sol y la imagen argentina de la luna o de la estrella de los marinos; la puerta maciza como la de una cárcel, abierta día y noche en el camino solitario sin temor de que nadie encontrase nada que meter en las alforjas; unos bancos de piedra incrustados en el suelo apisonado y alineados enfrente de un altar de madera carcomida en el que se mostraba una grosera imagen de la Virgen niña, apoyada en la falda de su madre, dos figuras angulosas y tiesas, pero a las que el pintor primitivo, a falta de genio, había dado una suavidad divina.