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Actualizado: 7 de septiembre de 2024
Sintiéndonos poco dispuestos á llevar nuestra curiosidad hasta el extremo de exponer la vida en la travesía de toda la nevera, vimos al pastor protestante alejarse con su animosa hija, marchando lentamente, apoyados en sus largos bastones y escalando los bancos ó colinas de hielo para pasar al lado opuesto del golfo congelado y descender por otra via.
La condesa se fué acercando al sitio donde estaba la cuadrilla. Al verla todos suspendieron el trabajo: apoyados en la guadaña quedáronse contemplándola mientras Pedro corrió hacia ella con el sombrero en la mano. ¿No tiene usted miedo al calor, señora condesa? No; viniendo preservada del sol no es tan grande. Ponte el sombrero. Al parecer, pronto segaréis el prado.
Todo el mundo anda en coche cuando se ve obligado a salir, y el pueblo tiene por vehículo un burrito microscópico, sobre el cual el jinete va sentado, con los pies apoyados en el pescuezo y animándolo con un pequeño palo cuya punta, ligeramente afilada, se insinúa con frecuencia en el anca escuálida del bravo y paciente cuadrúpedo.
Estos resultados clínicos, apoyados por un gran número de autores, no nos permiten aceptar las aserciones de Hahnemann que quiere que las indicaciones de este medicamento solo se hallen en los casos en que haya lentitud y debilidad del pulso, por la razon de que la diminucion de este es un efecto primitivo de la digital y su aceleracion otro secundario.
Nos quedamos, pues, sentados el uno frente al otro, separados por el angosto madero de la cama, con los brazos apoyados en el borde, mirando al otro extremo el rostro de Marta, que un movimiento nervioso sacudía a cada instante; sus párpados parecían cerrados, las sombras de sus pestañas descendían hasta muy abajo en sus mejillas; pero, cuando uno se inclinaba hacia ella, veía brillar en el fondo de las obscuras cavidades el blanco de los ojos, con un lustre de nácar pálido.
Plutón ya no refunfuñaba al oír las recias pisadas de aquellos hombres. Hullin, muy pensativo, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en la mesa, escuchaba cuantas noticias le transmitían. Señor Juan Claudio, se nota gran movimiento hacia Grand-Fontaine; se oye galopar. Señor Juan Claudio, el aguardiente se ha helado. Señor Juan Claudio, varios me han pedido pólvora.
Dichos principios, apoyados un los datos de la experiencia, esto es, en las sensaciones cuya existencia nos atestigua el sentido íntimo, nos aseguran de que la objetividad de las sensaciones, ó sea la realidad de un mundo externo, es una verdad.
Se sintió interesado por el público de jugadores, siempre igual en apariencia y siempre distinto. Los había que avanzaban apoyados en bastones: bastones de enfermo, con contera de goma, únicos que eran admitidos en las salas de juego, por temor á las disputas.
El enmascarado guardaba silencio y estaba sentado en una silla, apoyados los codos en una vieja y mugrienta mesa de pino. En otra silla estaba enfrente otra persona, en quien reconoció al punto don Paco a don Ramón, el tendero murciano de su lugar, el hombre más rico después de don Andrés y el más desaforado hablador que por entonces existía en nuestro planeta.
Miraba con desprecio a los clérigos que trataban de introducirlas y cuidaban del traje y el aseo. Los toleraba porque sabía que estaban apoyados por el obispo y el alto clero de la diócesis, pero se reía de ellos a todas horas de un modo grosero, irritante, y solía hacerles algunas jugarretas malignas, aguarles alguno de aquellos jolgorios místicos en que ponían más empeño.
Palabra del Dia
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