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Actualizado: 12 de junio de 2025


Sintiéndonos poco dispuestos á llevar nuestra curiosidad hasta el extremo de exponer la vida en la travesía de toda la nevera, vimos al pastor protestante alejarse con su animosa hija, marchando lentamente, apoyados en sus largos bastones y escalando los bancos ó colinas de hielo para pasar al lado opuesto del golfo congelado y descender por otra via.

Mas arriba se destacan en lontananza gigantes mas y mas colosales, cuyas cabezas refulgentes se pierden en las vagas ondulaciones de las nubes . En unos trechos los hielos descienden hácia el golfo congelado, en desiguales latitudes, como las puntas desgarradas de un encaje terminando una inmensa colgadura de armiño.

De nuevo los abandonó el sol, y otra vez los copos de nieve de un cielo plomizo, cubrieron el congelado suelo. Poco a poco les fue estrechando cada vez más el círculo de nieves, hasta que los muros deslumbrantes de blancura se levantaron a veinte pies por encima de la cabaña. El fuego fue cada vez más difícil de alimentar; los árboles caídos a su alcance, estaban sepultados ya por la nieve.

Mejor se está aquí, Fernando... ¡Bendito sea el calor!... Pero hay que reconocer la importancia de esa invención, que pone el frío al servicio del hombre y permite morir congelado lo mismo que en el Polo estando en pleno Ecuador.

Dentro de las casas reinaban, por el contrario, la animación y el bullicio, por estar recogidos los habitantes todos al amor de los hogares, donde ardían encinas enteras. Fuera, todo estaba congelado, incluso la guerra, que había dejado de moverse en el campo para latir en el corazón de las viviendas.

Y cuando misia Casilda extendió la mano, en señal de despedida, ella la tocó con la punta de los dedos, articulando un adiós tan frío, que se le quedó congelado entre los dientes. Acompañóla hasta el vestíbulo, y allí, en la puerta de la antesala, con una inclinación seca de cabeza, la despidió, volviendo luego la espalda, para hablar a los changadores... Susana besaba a la tía.

Con la ardiente cabeza pegada a los cristales helados, contemplaba con vista turbada aquella triste decoración de invierno: los tilos desnudos, de torcidas ramas y espolvoreados de escarcha, la fuente helada, cuyo delgado chorro, congelado como una estalactita, no dejaba ya oír su murmullo cristalino, la plazuela alfombrada de nieve en la que unos pajarillos hambrientos ponían pequeñas manchas negras, como los cuervos de pesado vuelo en la inmensidad blanca de los cielos.

A lo lejos, cerca de la escarpa, pasó un carromato; percibíase el traqueteo y el chirrido de las ruedas sobre el suelo congelado. El agua de las marismas estaba helada; sólo en algunos sitios, anchos charcos de agua dulce que no se había helado todavía, continuaban moviéndose suavemente y permanecían blanquecinos. Dio las seis el reloj de la iglesia de Villanueva.

Hombre continuó diciéndome, mientras miraba de hito en hito cómo prendía la llama del fósforo en el pálido enteco y congelado de la vela , yo que , aprovecharía estas carceladas para leer tantos libracos como trajiste contigo, y responder a tantas cartas como recibes... Porque de no tienes que cuidarte para nada; para nada, ¡trastajo!

Según íbamos ganando altura, encontrábamos más a menudo grandes placas o «tresechones» de granizo congelado en las laderas sombrías, y desde los picos de Europa hasta los de Sejos, todas las cumbres que se alcanzaban a ver estaban cubiertas de nieve, en la que centelleaba el sol al herirla de frente con sus rayos. Así era el aire ambiente, frío y cortante como una navaja de afeitar.

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