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En efecto, ya el sol tocaba a su ocaso, y el mar y el cielo, confundiéndose en el horizonte inflamado, no formaban más que un inmenso círculo de fuego. La cima de las olas centelleaba iluminada por los largos reflejos dorados que venían a extinguirse en las sombras que proyectaban las grandes rocas de la costa.

La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle. La situación del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llovían sobre él dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenazándole de muerte.

Mujer, ¿estás loca?... ¡una casa de la calle Mayor! murmuró Ana con respetuoso miedo . ¿ sabes la que se armaría? En horas semejantes la calle Mayor ofrecía imponente aspecto. Las altas casas, defendidas por la brillante coraza de sus galerías refulgentes, en cuyos vidrios centelleaba la luz de los faroles, estaban cerradas, silenciosas y serias.

No sonaba como los otros vehículos de Villaverde, como carro viejo o diligencia desvencijada. Resonaba con ese ruido uniforme, compacto, de los trenes suntuosos, que nos hacen presentir mujeres hermosas y en privanza. Volví la vista y me encontré con un carruaje abierto, nuevo, flamante, de ruedas altas y ligeras en las cuales centelleaba el sol.

Según íbamos ganando altura, encontrábamos más a menudo grandes placas o «tresechones» de granizo congelado en las laderas sombrías, y desde los picos de Europa hasta los de Sejos, todas las cumbres que se alcanzaban a ver estaban cubiertas de nieve, en la que centelleaba el sol al herirla de frente con sus rayos. Así era el aire ambiente, frío y cortante como una navaja de afeitar.

Me detuve un instante, y seguí con mirada curiosa a la encantadora señorita, deslumbrado a veces por el reflejo del sol poniente que centelleaba en las brillantes ruedas del carruaje. Acudí con toda puntualidad a la cita del abogado. Aguardé en la esquina próxima la hora señalada, y al sonar ésta en el reloj de la Parroquia me presenté en el despacho.

Desde allí se domina toda la parte meridional del valle, limitado por las montañas de la Sierra, sobre las cuales desplegaba el cielo de invierno sus incomparables constelaciones: Orión, el Can, y el Navío entre cuyos mástiles centelleaba el soberbio Canopo. Pero las noches obscuras eran más hermosas para .

Unas eran rojas y mortecinas; otras, blancas y erizadas de fulgores: una procesión cada vez más larga y de filas múltiples según el vapor iba avanzando. En lo alto del cielo, un astro poderoso centelleaba con intermitencias, rasgando la obscuridad. Los uruguayos saludaron esta faja parpadeante de luz con patriótico entusiasmo.

La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro. Nunca pedía perdón; no lo necesitaba. Salía del encierro pensativa, altanera, callada; seguía soñando; la dieta le daba nueva fuerza para ello.

Gillespie encontró interesante el hormiguero que rebullía y centelleaba bajo sus pies. Un resplandor de aurora ligeramente sonrosado iluminaba las calles, sin que él pudiese descubrir los focos de donde procedía. Tal vez emanaba de misteriosos aparatos ocultos en los aleros de los edificios. Pero lo que más admiró fué el continuo tránsito de los vehículos automóviles.