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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Pero aún queda esperanza: de repente acorta el paso, sigue despacio, parece que duda, vacilando entre la cita y el deber... Por fin acelera la marcha, se aleja casi corriendo, y allá, en lo alto de la calle, se pierde confundida en un grupo de gente, mientras don Juan, humillado y rabioso, murmura entre dientes, rasgando el visillo del balcón: ¡Cobarde! ¡Bribona!

Unas eran rojas y mortecinas; otras, blancas y erizadas de fulgores: una procesión cada vez más larga y de filas múltiples según el vapor iba avanzando. En lo alto del cielo, un astro poderoso centelleaba con intermitencias, rasgando la obscuridad. Los uruguayos saludaron esta faja parpadeante de luz con patriótico entusiasmo.

60 Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes algo? ¿Qué atestiguan éstos contra ti? 61 Mas él callaba, y nada respondía. 63 Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus vestidos, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? 64 Habéis oído la blasfemia: ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron ser culpado de muerte.

Engendrada en el seno recatado de aquella noche de abril, nacía la primera mañana de mayo, rasgando los tules cándidos de la aurora desenvolviéndose, con divina gracia, del manto azulino que la luna había puesto pálido de luz.

Revolvió Teresa todo su cuarto, buscando en el fondo de las arcas, rasgando lienzos, desliando vendas, mientras la muchacha lavaba y volvía á lavar los labios de aquella hendidura sangrienta que partía como un sablazo el carnoso hombro. Las dos mujeres atajaron como pudieron la hemorragia, vendaron la herida, y Batiste respiró con satisfacción, como si ya estuviese curado.

14 y cuando miró, he aquí el rey que estaba junto a la columna, conforme a la costumbre, y los príncipes y los trompeteros junto al rey; y que todo el pueblo de la tierra hacía alegrías, y que tocaban las trompetas. Entonces Atalía, rasgando sus vestidos, dio voces: ¡Conjuración, conjuración!

Eran tétricos personajes escapados de un auto de fe, mascarones cuyas colas negras parecían esparcir en su arrastre perfumes de incienso y hedor de hoguera. Sonaban los lamentos de cobre de las largas trompetas, rasgando el silencio de la noche.

De cuando en cuando levantaba la cabeza para buscar las estrellas al través de los claros que dejaban entre las copas de los árboles, y proseguía su camino apartando los arbustos y rasgando las lianas que le entorpecían la marcha. A veces desandaba lo andado, su pié se enredaba en una mata, tropezaba contra una raiz saliente, un tronco caido.

Y la gente menuda contestaba al alarido de la madre con una explosión de ahullidos dolorosos, para que la tierra oscura, el espacio azulado y las estrellas de agudo fulgor se enterasen bien de que había muerto su prima, la dulce Mari-Cruz. Salvatierra sentíase dominado por este dolor trágico y estruendoso, que se deslizaba al través de la noche, rasgando el silencio de los campos.

Atrajeron mi atención aquellos seres juguetones y enredadores: todos se reían con infantiles carcajadas, y entremezclándose volaban, rasgando nubes, esparciendo flores con el batir de sus alas de pollo, y dándose de coscorrones al chocar unas con otras las rubias cabecitas.

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