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A los árboles frutales, el alto almendro y la chaparra higuera de amplia copa, sucedían las sabinas y los pinos retorcidos por los vientos de la costa. Al detenerse Febrer un instante y mirar atrás, vio a sus pies Can Mallorquí como unos dados blancos escapados del cubilete de una roca vecina al mar. En la cúspide de esta roca erguíase como un agarrador la torre del Pirata.

Cayé había llevado chipas, y Podeley encendió fuego, no obstante los mil inconvenientes en un país donde, fuera de los pavones, hay otros seres que tienen debilidad por la luz, sin contar los hombres. El sol estaba muy alto ya, cuando a la mañana siguiente encontraron al riacho, primera y última esperanza de los escapados.

¡Dichosos aquellos hombres, que escapados por fortuna de la general esclavitud, echaron sobre las cumbres del Uruel la primera raíz de aquel árbol que fragante y pomposo, había de extender su sombra hasta los cristalinos mares de Sicilia y Constantinopla! ¡Preciosa tradición que repite en su murmullo el torrente al precipitarse de lo alto de las nevadas montañas!

Los toques de la campana eran pesados y lentos.... Cesaron, y, un instante después, estalló en todas las torres un repique bullicioso y plácido, retozón e infantil, como si convocara turbas escolares, como si los tañedores fuesen angelillos traviesos escapados del cielo. ¡Las misas de aguinaldo! ruido en la habitación contigua. Tía Pepilla se había levantado, y no tardó en llamarme.

Asistió a grandes comilonas, con detrimento de su estómago, bebió champagne, fumó cigarros y rompió botellas. En aquellas reuniones la dignidad quedaba en el guardarropa. No obstante, los recién llegados de provincias, los extranjeros perdidos en París o los hijos de familia escapados de la tutela paternal, admiraban los nobles modales y la apostura aristocrática de aquel gentilhombre averiado.

Todos bajaron a la estiba con el corazón angustiado y las frentes bañadas en frío sudor. Escapados a los dientes de los antropófagos, y cuando ya se creían en salvo, veían que les amenazaba el peligro de ser tragados por los abismos del golfo de Carpentaria, precisamente cuando comenzaba una tempestad espantosa. Al llegar al pie de la escala se detuvieron.

La calma que le rodeaba hizo inverosímil cuanto había presenciado. De pronto vió moverse algo en el último término del camino, en lo más alto de la cuesta, allí donde la cinta blanca tocaba el azul del horizonte. Eran dos hombres á caballo, dos soldaditos de plomo que parecían escapados de una caja de juguetes.

Muchas familias expoliadas habían acudido a Menjíbar. En la plaza del pueblo dos frailes escapados a las carnicerías de Jaén, predicaban el exterminio de los franceses.

En la magnífica puerta de la edad moderna, arco triunfal que daba entrada a una nueva Era, esos hombres, escapados de las ruinas de un destrozado imperio y como exhumados y vueltos a la vida, figuraban y resplandecían ahora entre los fundadores de nueva y mayor civilización, entre los hierofantes de la ciencia del porvenir.

El prolongado equinoccio renovando durante la noche sus furiosos resoplidos parecidos por su regularidad a suspiros de muerte; las furiosas ráfagas de viento chocando contra los muros; los silbadores torbellinos llevándose consigo ¡Dios sabe dónde! nubes de hojarasca muerta, en medio de las cuales parece que se oyen como gritos de angustia; los graznidos siniestros de los cuervos despertados por el choque de las ramas que van rompiéndose, las bruscas sacudidas de la tempestad conmoviéndolo todo: aseméjanse, en verdad, a espíritus escapados de sus tumbas empujándose, chocando y gimiendo arremolinados por el viento.