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Saltaron en tierra, y subieron á lo alto de los cerros á reconocer la tierra que es toda seca y quebrada, llena de lomas y peñasquerias de piedra del cal, sin arboleda alguna: solamente hay en los valles leña para quemar de espinos, sabinas y otros arbolitos muy pequeños, y de este jaez es toda la costa ó banda septentrional de este puerto.

Romanos armados salen de detrás de la montaña, arrastrando a las sabinas robadas, bellas mujeres, medio desnudas, que se resisten, gritan, muerden las manos de sus raptores. Sólo hay una que permanece del todo tranquila, y se diría que duerme en los brazos del romano que la lleva.

Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color, semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad.

Así, pues, Cleopatra, ¿reconoces que y las demás mujeres sabinas fuisteis raptadas durante la noche del veinte al veintiuno de abril? ¿No es eso? CLEOPATRA. ¡Ya lo creo! ¡Desde luego no nos fugamos solas! MARCIO. No, veo que no comprende todavía. Señor pro... CLEOPATRA. ¡Esto es demasiado, Marcio!

Las cabras silvestres, en sus alturas inaccesibles, saltaban de meseta en meseta, y únicamente cuando rodaba el trueno en el azul sombrío y los rayos como serpientes ígneas bajaban con veloz angulosidad a beber en el inmenso abrevadero del mar huían las tímidas bestias con balidos de terror a refugiarse en las oquedades cubiertas por el ramaje de las sabinas.

Los pinos y sabinas quedaron atrás en la falda del monte. Caminaba ahora entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que trabajaban; en un ribazo encontró varias atlotas que recogían hierbas, encorvándose sobre el suelo; en un camino se cruzó con tres viejos marchando lentamente al lado de sus borricos.

La noche del veinte al veintiuno de abril se cometió el mayor crimen de la historia humana: unos malhechores, que nombraré luego, raptaron a nuestras mujeres, las bellas sabinas. ¡, es verdad! ¡Completamente exacto! ¡Justamente, el veinte de abril por la noche! ¡Vaya una memoria! ¡Qué talento, Dios mío! MARCIO. ¡Los raptores innobles fuisteis vosotros, señores romanos!

Excuso decir á ustedes que este robo levantó más polvo que el célebre de las sabinas. Las representaciones se hacían muy largas, porque cada escena principia y acaba por un paseo triunfal, y suele mediar con el indispensable combate con espada y daga llamado el moro-moro, baile que en honor á la verdad llama la atención la agilidad con que algunos y algunas manejan la esgrima.

11 Sufrir más por querer menos, de D. Rodrigo Enríquez. 12 Los milagros del desprecio, de Lope de Vega. 1 El honrador de su padre, de D. Juan Bautista Diamante. 2 El valor contra fortuna, de D. Andrés de Baeza. 3 Hacer remedio el dolor, de D. Agustín Moreto y D. Jerónimo Cáncer. 4 El robo de las Sabinas, de D. Juan Cuello y Arias.

Allí debía permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada, sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas para siempre a las rocas sumergidas. Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no desearía.