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Anunciaban su llegada las hierbas de los caminos cubriéndose de minúsculos botones. Los pájaros se atrevían á salir de sus refugios para aletear entre los cuervos que graznaban de cólera junto á las tumbas cerradas. El paisaje iba tomando bajo el sol una sonrisa falsamente pueril, un gesto de niño que mira con ojos cándidos, mientras sus bolsillos están repletos de cosas robadas.

Entonces, su sobrina ... no, eso era imposible: con aquéllos ojos tan cándidos no podía ser más que un ángel. Entonces, ¿qué pensar? No se razona siempre bien el primer impulso y las facilidades de comunicación que el telégrafo y el teléfono han creado en la sociedad, ofrecen á las personas vivas de genio numerosas ocasiones para dejarse llevar del calor de una impresión.

Esto no estaba dentro del orden de las cosas admisibles, ni en armonía con su naturaleza delicada ni con el tono de sus cándidos ojos. Había evidentemente una pérfida maniobra en todo aquello ... ¡Pero ella había recibido las cartas! No tuvo tiempo de llevar más lejos sus inducciones, porque Herminia entraba con Roussel.

Unos ojos gris claro, inmensos, cándidos y dulces, con reflejos cambiantes a la espesa sombra de unas pestañas muy negras... Es encantadora, amigo mío, esta hija de Lacante. ¿Cómo diablos se las habrá compuesto para dotar al mundo de esa flor de poesía?

El recuerdo de la mujer que apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega, después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado el dios.

Aquella Virgen solitaria, de mejillas y pies rosados, de ojos cándidos y piadosos, recibiendo como única adoración el triste chisporroteo de la lámpara, infundía en el alma tierna y amorosa devoción. El silencio era grande. Las sombras descendían del techo por intervalos y cubrían con tupido manto alternativamente el altar, el confesonario, la Virgen y el pavimento.

Efectivamente, ¡qué ojos tan hermosos, tan cándidos y maliciosos a la vez! ¡Qué cutis de alabastro! ¡Qué labios, qué dientes, qué dorada madeja de cabellos! Cecilia, la pobre, estaba aún más delgada que cuando se había ido y más desgarbada. ¿Cómo le había gustado aquella chica?

Le gustaban estas mujeres: iban vestidas de negro, con amplias sayas y gorros blancos y rígidos que traían á su memoria las tocas de las monjas... Algunas muchachas, altas, carnudas, de ojos azules y cándidos, reían con el español sin entenderle una palabra. Las viejas, de cara fruncida y obscura como las manzanas invernizas, chocaban su vaso con el de Caragòl en los cafetuchos vecinos al puerto.

Algunos cretinos son malísimos: rechinan los dientes, lanzan rugidos feroces, hacen airados ademanes con los torpes brazos, patean el suelo, y si no se lo impidieran, se comerían la carne y se beberían la sangre de quienes los cuidan con abnegación: nada importa esa rabia á los montañeses, buenos y cándidos.

La casa del capitán, que aquellos cándidos aldeanos solían llamar palacio, era un gran edificio irregular de un solo piso con toda clase de aberturas en la fachada, ventanas, puertas, balcones, corredores, unos grandes, otros chicos; de todo había. Parecía hecho á retazos y por generaciones sucesivas.