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Actualizado: 6 de junio de 2025


Tristán ya pertenecía a su familia de derecho; iba a ser su hermano próximamente y no saldría de casa sino enteramente curado. No hay para qué encarecer el esmero afectuoso con que fue atendido y mimado en los pocos días que permaneció postrado. Todos querían hacerle compañía, todos querían agasajarle envolviéndole en una atmósfera tibia de vigilancia y amor.

Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas. ¡Perdónam, Pimentó! gemía el herido con voz infantil, aterrado por la pesadilla.

¿Por qué, señor? repuso ella envolviéndole en una verdadera irradiación de sus inmensos ojos verdes, circundados de largas y crespas pestañas negras.

Parecíale que alguna persona muy querida, muy querida para él, andaba por allí, resucitada, viviente, envolviéndole en su presencia, calentándole con su aliento. ¿Y quién podía ser esa persona? ¡Válgame Dios! ¡Pues no daba ahora en el dislate de creer que la señora de Moscoso vivía, a pesar de haber leído su esquela de defunción!

El recuerdo de la mujer que apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega, después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado el dios.

No hay nada, sin embargo, que me repugne más que la mentira. Ni siquiera gusto de apelar a ella para escribir un cuento. Y como el Conde de Alhedín existe en realidad y yo le conozco y trato, se me hace cargo de conciencia presentarle diverso de lo que es, aunque sea envolviéndole en el velo del seudónimo.

Cuando menos, déjese usted abrigar. Quítese esas ropas que chorrean. Antes de que pudiera negarse, Rafael y la vieja le despojaron de la chaqueta y el chaleco, envolviéndole en el capote, mientras Zarandilla colocaba ante el fuego las ropas mojadas, que despedían un humo tenue. Acariciado por el calor, Salvatierra se mostró más comunicativo.

El hijo, que la víspera había ya enviado los muebles y las ropas que consideró necesarias para atender al cuidado y comodidad de su padre, vistió a éste cariñosamente, envolviéndole en una manta los pies, que por la hinchazón no era posible calzarle, y esperó a que trajesen la camilla. Leocadia se fue por la mañana, diciendo que volvería; pero dieron las tres de la tarde, y no pareció.

Sin dejarle tiempo a reponerse le preguntó con interés por su hermanita, por su vida, por sus mariposas. Raimundo contestaba a sus preguntas con sobrado laconismo, no por frialdad, sino por su falta de mundo. Pero ella no se desconcertaba. Seguía cada vez más cariñosa envolviéndole en una red de palabritas lisonjeras y de miradas tiernas.

A pesar de tales protestas tomó las dos manos de Moreno entre las suyas y aproximó su cara á la de él, envolviéndole en el nimbo perfumado de su carne tentadora, al mismo tiempo que decía con entusiasmo: ¡Qué gran corazón el suyo!... ¿Cómo probarle mi gratitud por su ofrecimiento?

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