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Actualizado: 20 de junio de 2025


Con placer del niño voluntarioso cuyos dedos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle la epidermis del alma por medio de chanzas subidas e indiscretas familiaridades que ella rechazaba enérgicamente. El pobre Julián, con los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las de Caín.

Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas. ¡Perdónam, Pimentó! gemía el herido con voz infantil, aterrado por la pesadilla.

Dijo al oído a su mujer el prurito que sentía de ser generoso y doña Encarnación tuvo que dominarse para no arañarle. La generosidad triunfó, a pesar de todo, en el corazón del tendero murciano. Juanita dijo , yo te doy dos mil reales para que te merques un hermoso brazalete de oro, diamantes y perlas. Al hablar así, don Ramón devolvió a Juanita el pagaré que ella había firmado.

La Delfina la había ofendido y ultrajado, cuando ella no hacía más que contarle a la santa sus penas y el conflicto en que estaba. Por fin, a fuerza de meditar en ello, amasando sus ideas con la tristeza que destilaba su alma, empezó a prevalecer la afirmativa. Cierto que debía pedirle perdón por el intento que tuvo de arañarle la cara, ¡qué barbaridad!, y por las palabras que se dejó decir.

Aguarde usted; apenas me enteré de todo sentí ganas de irme a la cama, donde todavía estaba Antonio, para arañarle.... No se ría usted, doña Manuela; hubiera querido ser hombre, para hacer una barbaridad.... ¡Pero una vale tan poco...! Además, cuando se es honrada y se quiere al marido, se le tiene respeto y no se atreve una a ciertas cosas.

Y mientras tanto, un dios aficionado le hacía observaciones sobre sus cromos, se los criticaba asegurándole que manchaban las paredes. ¡Manchaban las paredes! repetía don Timoteo sonriendo con ganas de arañarle; ¡pero si están hechos en Europa y son los más caros que me he podido procurar en Manila! ¡Manchaban las paredes!

¡Juan...! ¡Juan! gritó doña Manuela avanzando un paso con ademán imponente, extendiendo las crispadas manos como si fuera a arañarle. ¿Qué hay...? ¿Qué quieres...? No me causas miedo. Los que somos honrados decimos sin temor la verdad.... Ya veo que has llorado, pero a no me engañan tus lagrimitas.

Sólo D.ª Marciala sonreía frente a él aplaudiéndole. En Obdulia el dardo produjo aún impresión más dolorosa que en su confesor. Sintiose invadida por un frío extraño acompañado de ligero temblor; luego fuertes llamaradas de calor le subieron al rostro y con ellas un vivo irracional deseo de lanzarse sobre D. Narciso y arañarle. Costole trabajo inmenso dominar sus ímpetus.

Palabra del Dia

irrascible

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