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Bobart, abrumado por esta liberalidad inesperada, se deshizo en protestas; pero Clementina, con la autoridad de una soberana sobre su vasallo, cortó aquellas expansiones entrando en un orden de ideas que le parecía más interesante: ¿Y hay noticias de Roussel esta mañana?

"Antiguo rencor" había dicho Mauricio hablando de los disentimientos que dividían hacía veinte años al señor Roussel y á la señorita Guichard. Hubiera podido añadir "rencor de amor", porque si la tía de Herminia odiaba tan ardientemente al tutor de Mauricio, era por haberle amado demasiado.

Apenas Fortunato y Clementina tuvieron tiempo de advertir la molestia de encontrarse juntos, porque enseguida entraron Herminia y Mauricio. No fué necesaria presentación alguna. Al ver á Roussel, el novio gritó: ¡Mi padrino! Y enseguida Herminia añadió en una exclamación de alegría: ¡Qué dicha!

Los faroles venecianos alumbraban las calles de árboles en torno de la casa. Las arboledas del jardín y el terraplén estaban en la sombra. Roussel empezó por pasearse por el parque con aire indiferente y después, poco á poco, se aproximó á la puertecilla que daba al rincón de la callejuela en que estaba la tapia en la cual Mauricio había visto por primera vez á Herminia.

Pudo desde entonces desafiar á Roussel no sólo en el presente, sino también en el porvenir. La hija de la una valía por el hijo del otro. Pero, cosa singular, el corazón de Clementina no se fundió, como el de Fortunato, al calor de esta nueva afección. Amó á Herminia, no por la dicha de amar, sino porque le servía de aliada contra su enemigo.

Esperaba, acaso, en un arrepentimiento causado por la inquietud; pero había escogido el peor de los medios para atraer á Roussel, que no replicó; hizo una inclinación de cabeza; abrió la puerta á su prima y cuando la vió en la escalera, volvió á entrar en su casa, encendió de nuevo la pipa y continuó la lectura del correo de la tarde.

He conocido á usted tarde, interrumpió Roussel, que encontraba que la joven no fingía bastante sorpresa, pero espero recuperar el tiempo perdido ... Usted verá que no soy tan áspero como mi acceso de rigor puede haberla hecho creer ... Me arrepiento de él y para hacer que usted olvide la contrariedad que he podido causarle ...

Con el tiempo se había hecho enteramente adepto y, sobre todo, adoraba á Mauricio. Federico, dijo Roussel, ¿está usted todavía en buena inteligencia con el portero del señor Bobart? , señor. Por recomendación del señor, yo he sido quien le ha proporcionado su plaza. Bueno. Federico, va usted á salir inmediatamente para París.

Reflexionando sobre esto, relacionó el disimulo de Mauricio y de Roussel con la vigilancia ejercida por la señorita Guichard; y los disfraces de los unos le pareció que correspondían exactamente á las medidas de la otra.

En esto encontraba Roussel un gran campo de discusión y le aprovechaba, ocupando á Mauricio con sus razonamientos y forzándole á distraer su dolor en controversias. En resumen, sospechaban que la señorita Guichard había secuestrado á la señora de Aubry de un modo tanto más criminal cuanto que no tenía sobre la joven ni derechos naturales ni derechos adquiridos.