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Actualizado: 6 de junio de 2025
Había pasado toda la noche sin dormir, rumiando proyectos espantosos de venganza. ¿Por qué? ¿Qué nueva afrenta había sufrido? ¿Cómo explicar tanta exasperación? ¿Qué razón había para tanta animosidad contra aquel muchacho á quien nunca había visto y á quien execraba tanto como al otro, al horrible, al infame Roussel?
Las dos mujeres se abrazaron como si se vieran después de haber escapado las dos de un gran peligro. Roussel las miraba con aire inquieto y murmuró al oído de Mauricio: ¡Esto es lo que yo temía! Y es mayor el peligro porque esta mujer parece sincera. Si es sincera, todo puede arreglarse ... Sí ¡pardiez! por ocho días!... Pero, ¿después?...
Tenía hacía diez años una cocinera que le daba de comer á su gusto y Clementina se la llevó, á fuerza de dinero, y cuando sus amigos la felicitaban por su delicada cocina, ella respondía: "¿Qué quiere usted? No ha podido permanecer en casa de Roussel, porque no pagaba jamás sus gastos.
Mientras Clementina saltó de gozo, pues había sentido siempre resuelta inclinación por su primo, á quien se llamaba en su casa el bello Roussel, Fortunato torció el gesto, pues se sentía menos que medianamente predispuesto al matrimonio, por sus ideas generales acerca del santo lazo y mucho menos aún por su gusto particular hacia la señorita Guichard.
Se puso á reír sola pensando en la figura tan graciosa que hacia Roussel echado en el césped y vestido como un harapiento, él, á quien había conocido de punta en blanco el día de la boda ... Después se preguntó porqué todas aquellas precauciones y tan raras estratagemas. ¿La situación era, pues, más complicada de lo que había pensado?
Como tú quieras, contestó la señorita Guichard. Y tomaron un paseo circular. No bien habían andado cien pasos, apareció Bobart armado con su inseparable escopeta y escoltado, además, por el perro que tenía por misión devorar á los merodeadores en general y á Roussel y á Mauricio en particular. El abogado, como obedeciendo á una consigna, se colocó al lado de Herminia. El perro abría la marcha.
Se encontraron mal y después de algunas palabras insignificantes, necesarias para atenuar la amargura de sus réplicas, se separaron muy descontentos y á mil leguas de una inteligencia. Roussel se fué á pie para calmar la efervescencia de su sangre y dando al diablo á su tío Guichard y á sus fantasías testamentarias.
Había muy buenas razones para que el guarda de la señorita Guichard ignorase la presencia de Mauricio y de Roussel en el país.
¡Roussel! ¿Estaba allí? Era el hombre de blusa del día anterior. ¿Qué hombre de blusa? El que dormía al lado del foso. ¿El que nos insultó? ¡No!
Apenas llegaban á la llanura que, bañada de sol, se presentaba en perspectiva, el perro, que iba de vanguardia, empezó á gruñir furiosamente y erizó los pelos del lomo. Herminia pensó "Ahí está; contra él gruñe este dichoso animal. ¡Con tal que no le muerda! Avanzó enseguida y en el mismo sitio en que el día anterior estaba Roussel vió un hombre echado.
Palabra del Dia
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