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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Mientras Antoñona iba rumiando y concertando en su mente todas estas cosas, D. Luis, no bien se quedó solo, se arrepintió de haber procedido tan de ligero y de haber sido tan débil en conceder la cita que Antoñona le había pedido. Don Luis se paró a considerar la condición de Antoñona, y le pareció más aviesa que la de Enone y la de Celestina.
Y murió repentinamente la alegría en nuestro mancebo, como una chispa de fuego cuando cae en el agua. Quedó silencioso y sombrío largo rato. Soledad, rumiando con desesperación sus celos, tampoco hablaba. Al cabo profirió en voz baja: ¡Daría la mitad de la vida por sorprenderlos, por decir á esa sinvergüenza cuatro verdades! Manolo siguió silencioso.
Si con una palabra hubiera podido aniquilar el hotel Harvey y todos los que en él estaban, la afrenta que acababa de sufrir hubiera sido terriblemente vengada. Sorege anduvo calles y calles rumiando sus reveses y su cólera. De pronto se detuvo; se encontraba detrás de Withe-Hall y se puso á pasear delante del palacio pensando profundamente.
Todos los vecinos se levantaron rumiando mentalmente la forma de acercarse á la barraca de Batiste y entrar en ella. Era un examen de conciencia, una explosión de arrepentimiento que afluía á la pobre vivienda de todos los extremos de la vega. Cuando apenas acababa de amanecer, ya se colaron en la barraca dos viejas, que vivían en una alquería vecina.
Debajo de uno de ellos creyó percibir un bulto que se movía y saltó a los prados, temiendo tropezarse con alguien que le conociese. Miró por encima de la paredilla y vió una vaca acostada rumiando tranquilamente. Más allá, al pasar por delante de la casa de un labrador, se abrió repentinamente una ventana y apareció el bulto de una mujer.
Más valía entregarse a la esperanza consoladora de que todo saldría a medida de mis deseos, pensar en las gracias de mi hermoso dueño, recrearse rumiando los dichosos instantes que a su lado había pasado, y cuando llegase a la capital de Andalucía, ya veríamos lo que se había de hacer.
Olvidábase de todo, de su familia, de su porvenir, de la pobre Micaela, que iba a sus espaldas rumiando altramuces, y su atención reconcentrábase en los ojos negros, que a cada momento reproducían un rincón del paisaje; en la blanca y sana dentadura, tan hermosa, tan brillante, que al reír parecía iluminar la morena cara de la joven. Y sin embargo, su conversación no podía ser más vulgar.
Más allá de los puentes, al través de sus arcos de piedra, veíanse los rebaños de toros, con las patas encogidas, rumiando tranquilamente la hierba que les arrojaban los pastores, ó andando perezosamente por el suelo abrasado, sintiendo la nostalgia de las frescas dehesas, plantándose fieramente cada vez que los chicuelos les silbaban desde los pretiles. La animación del mercado iba en aumento.
Ella siguió rumiando su despecho, y en la tempestad de nubarrones que se desató en su cerebro, brillaban relámpagos que decían: «¡Arcachón!». En el retumbante son de esta palabra, más chic y simpática aún si era emitida por la nariz, iba como envuelto un mundo de satisfacciones elegantes.
Aviso a los aficionados. Se levanta y se marcha con la altivez de una reina. Se levanta y va hacia su cabina rumiando los más amargos pensamientos. Tropieza con la señora Grelou, que lo detiene. Está muy conmovida. El dolor la ha envejecido diez años. LA SE
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