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Cuando se quedaron solos los Delfines, Jacinta se despachó a su gusto con su marido, y tan cargada de razón estaba y tan firme y valerosa, que apenas pudo él contestarle, y sus triquiñuelas fueron armas impotentes y risibles contra la verdad que afluía de los labios de la ofendida consorte.

Su padre, sin duda, revivía en él, y por esto no podía aspirar el vaho de una cocina sin estremecimientos voluptuosos, ni ver a una muchachota de tez morena, brazo musculoso y robustas posaderas sin sentir que la sangre afluía rápida a su corazón, como si se viera ante el ideal realizado.

Sintió el herido que toda su sangre afluía á su corazón, que éste se detenía como paralizado algunos instantes, para después latir con más fuerza, arrojando á su rostro una oleada roja y ardiente. Adivinaba lo ocurrido allá lejos; se lo decía el corazón: Pimentó acababa de morir.

¿Y por qué no había de regocijarme? Es nuestro primo. ¿Y nada más? dije yo amenazándola con el dedo, como lo había visto hacer la víspera a papá. Entonces, de improviso, ella se puso muy grave y me dirigió con sus grandes ojos tristes una mirada tan llena de reproche, que sentí que la sangre me afluía, ardiente, al rostro.

«¡Qué baile! gritó el Canciller con desparpajo, que baile encima de la mesa. Y si no lo quiere hacer, pido que se le quiten los adornos que se le han puesto, dejándole cubierto de andrajos y descalzo, como cuando entró aquíMigajas sintió que afluía toda su sangre al corazón. Su cólera impetuosa no le permitió pronunciar una sola sílaba.

Por eso temía el final y lo evitaba. Pero era preciso acabar: á las toses siguieron los bostezos, á los cuchicheos los murmullos. Buscaba sin cesar el remate; daba vueltas alrededor del asunto, procurando una salida airosa; pero no encontraba escapatoria; la palabra se deslizaba de su boca, y afluía continua, sin solución, infinita. "Es preciso concluir," decía la voz interior. "¿Concluir?

El dinero afluía á él con más ímpetu que antes y los gastos de su vida habían disminuído... Julio estaba en peligro de muerte, pero él tenía la convicción de que nada malo podía ocurrirle. Su única preocupación era permanecer tranquilo, evitándose las emociones fuertes.

Todos los vecinos se levantaron rumiando mentalmente la forma de acercarse á la barraca de Batiste y entrar en ella. Era un examen de conciencia, una explosión de arrepentimiento que afluía á la pobre vivienda de todos los extremos de la vega. Cuando apenas acababa de amanecer, ya se colaron en la barraca dos viejas, que vivían en una alquería vecina.

Por allí andaba Pimentó, que acababa de llegar de la taberna con cinco músicos, tranquila la conciencia después de haber estado durante algunas horas junto al mostrador de Copa. Afluía cada vez más gente á la barraca. No había espacio libre dentro de ella, y las mujeres y los niños sentábanse en los bancos de ladrillos, bajo el emparrado, ó en los ribazos, esperando el momento del entierro.

Cuando se dirigía al comedor en busca del desayuno, escuchó su nombre. Era el empleado del telégrafo, que le buscaba para entregarle un nuevo despacho. Sintió que toda su sangre afluía al corazón, dejando sus miembros en una frialdad cadavérica.