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Actualizado: 4 de mayo de 2025
»Cuando volví en mí, cuando principié a recordar mis ideas, estaba acostada; me encontraba en un gran aposento apenas iluminado, y a la débil luz de una lámpara distinguí dos hombres: uno de ellos, de pie, levantaba mi cabeza y procuraba hacerme beber un líquido que no sabía lo que era; el otro estaba arrodillado al pie de mi cama y oraba.
Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre sí que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar.
No me respondáis; no hablemos más de eso. Quiero dejaros muy tranquila, bien calmada. ¿Despachasteis a Annie?... ¿Queréis que esta noche también os desnude y os acueste vuestra mamá, como antes? Sí, quiero. ¿Y cuando estéis acostada, me prometeréis ser buena? Buena, como una santa. ¿Y haréis todo lo posible por dormiros? Todo lo que pueda... ¿Con mucho juicio, sin pensar en nada?
Entonces ella vino calladamente, y descubrió los pies, y se acostó. 8 Y aconteció, que a la medianoche el varón se estremeció, y palpó; y he aquí, la mujer que estaba acostada a sus pies. 9 Entonces él dijo: ¿Quién eres? 10 Y él dijo: Bendita seas tú del SE
Dexó Zadig á esta Syria y á todas las demas que buscaran su basilisco, y siguió su camino por la pradera. Al llegar á la orilla de un arroyuelo, encontró á otra dama acostada sobre los céspedes, que no buscaba nada. Parecia magestuosa su estatura, aunque tenia cubierto el rostro de un velo.
¡Ah! ¡señora! ¡ha estado perdida vuestra majestad para la camarera mayor! ¡Oh, sí! y me alegro, me alegro, porque se ha llevado un buen susto. Susto del que ha salido, porque al fin ha parecido su majestad... ¡acostada! Sí, sí, lo que no ha contrariado poco á la buena doña Juana por su torpeza en no mirar el lecho. Pero no hablo yo de ese susto, sino de otro mayor. ¡De otro mayor!
La comare, que había hecho milagros, renegaba de su sabiduría si antes de dos días no lograba deshacer la bola de fuego que ahogaba a la muchacha. Y los dos días transcurrieron, y otros dos más, sin que la pobre Mari-Cruz experimentase alivio. Alcaparrón seguía sollozando fuera de la gañanía, para que no le oyese la enferma. ¡Cada vez peor! ¡No podía estar acostada! ¡se ahogaba!
El duque en esta perplejidad se dirigió á la de la derecha, con paso silencioso como el de un ladrón, oculta la luz de la linterna, con las manos por delante. En un ancho y magnífico dormitorio, en un no menos ancho y magnífico lecho, dormía, mejor dicho, estaba acostada la hermosa duquesa de Gandía. Desvelábala el cuidado.
Jacinta había empezado a dar pataditas, haciendo saltar el edredón que a los pies tenía. Era su manera de expresar la alegría bulliciosa cuando estaba acostada. Porque siendo verdad lo que Juan decía, la temida rival era como los espantajos puestos en el campo, de los cuales se ríen hasta los pájaros cuando los examinan de cerca. Pero aún le quedaba una duda, ¿Era aquello verdad o no?
El examen de conciencia de sus pecados de la temporada lo tenía hecho desde la víspera. El examen para aquella confesión general podía hacerlo acostada. Entró en la alcoba. Era grande, de altos artesones, estucada. La separaba del tocador un intercolumnio con elegantes colgaduras de satín granate. La Regenta dormía en una vulgarísima cama de matrimonio dorada, con pabellón blanco.
Palabra del Dia
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