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Actualizado: 20 de junio de 2025


En Peñíscola, para que el señor beba, para que el señor monte a caballo y vaya a derribar vacas, para que el muy mamarracho convide a los gorrones y tenga mozas.... Ea, fuera espantajos. Por aquella puerta se va a la calle.... ¿Sabes lo que te digo?... pues que eres una cotorra charlatana y hay que cortarte el pescuezo.

Jacinta había empezado a dar pataditas, haciendo saltar el edredón que a los pies tenía. Era su manera de expresar la alegría bulliciosa cuando estaba acostada. Porque siendo verdad lo que Juan decía, la temida rival era como los espantajos puestos en el campo, de los cuales se ríen hasta los pájaros cuando los examinan de cerca. Pero aún le quedaba una duda, ¿Era aquello verdad o no?

Sería menester buscarlas en las salas de algún hospital, no ocurriéndose á nadie que puedan encontrarse en otra parte. Pero ¿quién diablos daría su dinero por ver y oir á cómicas feas y groseras, cubiertas con malos trajes, y sin saber cantar, ni bailar, ni representar? ¿Serían éstas actrices ó espantajos?

Está en todas partes, siempre de un humor encantador; habla con las damas, tiene una palabra agradable para todo el mundo, echa pie a tierra para activar el embarque de la leña, está al alba al lado del observatorio del práctico, anima a todo el mundo, confía en su estrella feliz y se ríe un poco de los chorros y demás espantajos de las noveles. ¡Guarinó! ¡Guarinó!

Eran de diversas formas, y algunas horribles, representando todas mujeres, excepto la primera, que es una cabeza monstruosa pintada, puesta sobre los hombros de un devoto de pequeña estatura, de manera que el conjunto se asemeja á un enano con cabeza de gigante. Hay además otros dos espantajos de la misma especie, figurando dos gigantes, moro el uno y negro el otro.

EL GRUESO ROMANO. ¡Por la cabeza de Baco, he dormido como la primera noche después de la fundación de Roma! ¿Qué espantajos son ésos? ¡Silencio, son los maridos! EL GRUESO ROMANO. ¿De veras? ¡Dios mío, qué sed tengo! ¡Proserpinita mía, dame un poco de sidra! UNA VOZ TÍMIDA. ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? EL GRUESO ROMANO. ¿Qué diablos quiere éste? ¡Llama también a mi mujer!

D. Fadrique no vió el objeto del amor insaciable del alma, y el fin digno de su última aspiración, en los poderes sobrenaturales. D. Fadrique no vió en ellos sino tiranos, verdugos ó espantajos sin consistencia.

Un síncope como éste, un poco más largo, y ya estaba... No hay que formarse espantajos... ¡Ay!... Yo también pensaba lo mismo: un síncope un poco más largo sería la muerte, y temblaba de espanto pensando en el despertar, en el temible despertar en la otra vida... Y no me atreví a decir nada. Me faltó el valor y me callé cobardemente.

Pero ya le pondría él las peras a cuarto al señor país, representado en aquellos dos señores tiesos, que en todo querían meterse, que todo lo querían saber, como si él, el eminentísimo Rufete, estuviera en tan alta posición para dar gusto a tales espantajos. Le miraban atentos, y con sus ojos investigadores le decían: «Somos la envidia que te mancha para bruñirte y te arrastra para encumbrarte».

Palabra del Dia

consolándole

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