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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Severamente acostada en el hueco de un árbol cercano a la escuela, sólo le estaba permitido hacer ejercicio durante las excursiones de Melisa, quien, cumpliendo para con su muñeca, como lo hacía consigo misma, un severo deber, aquélla no conocía lujo de ningún género. Se le ocurrió a la señora Morfeo, obedeciendo a un laudable impulso, comprar otra muñeca que regaló a Melisa.

No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá. ¡Muy bonito que es este libro viejo! Y Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos. ¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. ¡Ahora que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé.

Ahora dame un beso en cada mejilla... Aun sigue el calor, ¿no es cierto?... Ahora quiero que beses las trenzas de mi pelo... Aguarda..., déjame sacarlas que estoy acostada sobre ellas... A ti no te gusta el cabello negro..., ya lo ..., pero eres muy amable y lo besarás para darme gusto... Ricardo iba besando tiernamente los sitios que le señalaba.

Este fenómeno desapareció con el restallido del fósforo y la instantánea presencia de la luz alumbrando la estancia. Los ojos del joven se esparcieron ansiosos por ella, y viendo a su mujer acostada, dijo: «¡Ah!... estás ahí... ¡qué bien haces el papel!». Para evitar cuestiones tan a deshora, la esposa fingió que dormía. Pero entreabriendo los ojos le vio encender la vela.

29 Y luego saliendo de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y de Andrés, con Jacobo y Juan. 30 Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y le hablaron luego de ella. 32 Y cuando fue la tarde, cuando el sol se puso, traían a él todos los que tenían mal, y endemoniados; 33 y toda la ciudad se juntó a la puerta.

La noticia de mi llegada, a pesar de la prudencia con que se le comunicó, le había causado una sacudida muy viva. Cuando al otro día me fue permitido entrar en su habitación, encontré a la enferma acostada en un sofá, envuelta en un ancho peinador que disimulaba la exigüidad de sus formas y le prestaba aspecto de mujer.

, yo también sentí... Federico: ¿no estará en tu cuarto?... ¡No tiene puerta, mi Dios! ¡Quédate adentro! ¡Puede volver! En efecto, podía volver. Eran las dos y veinte de la mañana. Y juro que fueron fuertes las dos horas que pasamos mi mujer y yo, con la luz prendida hasta que amaneció, ella acostada, yo sentado en la cama, vigilando sin cesar la arpillera flotante. Antes me había curado.

Porque la luna jamás resplandece sin traerme recuerdos de la bella Annabel Lee; y cuando las estrellas se levantan, creo ver brillar los ojos de la bella Annabel Lee; y así paso largas noches tendido al lado de mi querida, mi querida, mi vida y mi compañera, que está acostada en su sepulcro más allá de la mar, en su tumba, al borde de la mar quejumbrosa.

Pero a mi pesar mis ojos se volvían hacia donde Magdalena dormía, vestida de ligera muselina, acostada sobre la áspera tela que le servía de alfombra. ¿Estaba encantado? ¿Estaba torturado? Trabajo me costaría decir si deseaba algo más allá de aquella visión decente y exquisita que reunía todas las circunspecciones y todos los atractivos.

La señora Adelaida está enclavada en la cama por una extraña enfermedad que mina y consume su vida y que, quizás, arrebatará bien pronto al mundo los ejemplos de su santa existencia. He conseguido que me introdujesen en su habitación o, mejor dicho, en la modesta celda que ella misma se ha asignado en el castillo. Estaba acostada, pero vestida, con las manos cruzadas sobre el pecho.

Palabra del Dia

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