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Actualizado: 6 de junio de 2025
La señorita Guichard lanzó un doloroso suspiro y bajó la cabeza con desesperación. ¿Sentía remordimientos por lo que había intentado contra Roussel, ó solamente disgusto por no haber vencido? El diablo sólo hubiera podido saberlo, porque sólo el diablo podía leer en el alma de la solterona.
Todo cuanto veía y escuchaba hacía un cuarto de hora, le parecía fantástico. Pero Roussel no se desvaneció como una aparición; permaneció en su sitio y con mucha sangre fría dijo: Mi querida prima; creo que debes haber agotado las malas palabras; no busques más en tu fondo de reserva, porque sería inútil.
Fortunato Roussel acababa de ser nombrado capitán de la Guardia Nacional de caballería, cuerpo aristocrático en el que procuraban servir entonces todos los elegantes de París. Al felicitarle por su nombramiento, Clementina dijo á su primo: Ya estás enteramente metido en honores.... Serás recibido por el Emperador en las Tullerías.... Te estoy viendo entrar en gran uniforme.... Estarás magnífico.
Roussel, paseándose de arriba abajo, en la agitación que le producían aquellos recuerdos, se había detenido delante del cuadro empezado por Mauricio antes de su partida y miraba con atención la figura que representaba á Herminia. Sí, dijo Mauricio; me ha parecido que el rubio estaba mejor en la escala de los colores: el moreno resultaba brutal.
¡Pero si eso sería tan natural, querida señorita!... El señor Roussel de Pontournant.... ¡Oh! Ya se ha pronunciado ese nombre execrable, exclamó con amarga sonrisa la señorita Guichard; si, el señor Roussel, el tutor de Mauricio. Y primo hermano de usted, insinuó la señora Tournemine. Y mi más mortal enemigo, sí, señora. He aquí el peligro para mí.... Pero lo he prevenido de antemano.
Yo estaba consternado, cuando á medio día, en un montón de cartas, se encontró una para el señor Bobart. ¡Ah! exclamó Roussel; ya la tenemos. Espere el señor, que la cosa se va á hacer más precisa dentro de un segundo ... Hacia las doce y media, la cocinera del señor Bobart entró en la portería.
Sin embargo, al cabo de algunos años debió renunciar á toda esperanza, porque su odio se hizo más concentrado y más mortal. Las calumnias esparcidas por ella contra su primo habían acabado por disiparse; porque la buena vida y las acciones claras son la mejor prueba de honradez que puede dar un hombre. Roussel consiguió dominar la dura corriente de malas voluntades desencadenada contra él.
Buscó la sala A., donde, en medio de los cien lienzos colgados en la pared, se destacaba una figura, como una aparición fantástica, apoderándose de sus miradas y ejerciendo sobre ella como una especie de atracción hipnótica: Roussel, de un parecido inverosímil, fresco, sonrosado, con sus cabellos blancos, satisfecho, pacífico.
Su fisonomía, alterada, expresaba al mismo tiempo la pena del pasado lamentablemente perdido, y la loca alegría de un porvenir por tanto tiempo deseado y reconquistado por milagro. Roussel creyó que perdía la cabeza. Pero todo duró el espacio de un segundo.
Pensaba que el joven se habría desatado en injurias de aquel modo para disimular; y, sin embargo, debió tener un secreto placer en maltratar así á sus enemigos. Pero, ¿de quién sería aquel terrible perro gris que combatía tan valientemente por ella? Nunca había oído á Mauricio hablar de un perro. Puede que fuese de Roussel; en todo caso, le amaba.
Palabra del Dia
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