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Actualizado: 6 de junio de 2025


Desde luego, como había que explicar el rompimiento á las personas de su intimidad y esta explicación, dada por Clementina, tenía que serle favorable y perjudicial, por tanto, para Roussel, la dulce prima dió á entender que había descubierto en su primo cierto vicio que le infundía temores por su tranquilidad en el porvenir.

¿Ha venido aquí? preguntó Roussel con violenta angustia; ¿la has hecho entrar en mi casa? No; no ha venido; he hecho este retrato de memoria.... ¡De memoria! repitió Fortunato moviendo la cabeza. ¿Cuántas veces la has visto entonces? Dos veces. ¿Dónde?

Sus estufas estaban colocadas en condiciones tales que recibían el sol y la luz desde por la mañana, gracias á un gran solar, no edificado, que las separaba de las propiedades próximas. Ya Roussel había querido comprar ese terreno para plantar legumbres, pero el propietario no había accedido nunca á vendérsele.

Los créditos que he venido á realizar...." Aquí Clementina saltó algunos renglones pues los negocios de Roussel le parecieron insignificantes.... "No estaré de vuelta antes de tres semanas y Dios sabe si voy á echarte de menos durante ese tiempo, ingrato, por no haber querido acompañarme.... Afirmas que Inglaterra no es un país artístico.... Si vieras qué interesantes son estos centros manufactureros de Manchester y Birmingham ... en ellos se toma el pulso de la actividad de un país...." ¡Espíritu prosaico y mercantil! murmuró Clementina.... "La Escocia es una maravilla.... He de traerte aquí y verás hasta qué punto eran erróneas tus ideas.

La he ocultado cuidadosamente mis tristezas y mis temores, como el señor Roussel disimulaba delante de usted sus agitaciones.... Pero, Dios mío, señorita, ¿por qué esa hostilidad? ¿Qué son ustedes el uno para el otro? Somos primos hermanos y hemos estado para casarnos. Mauricio no encontró una sola palabra que responder.

Roussel, con el cual pasó Mauricio la mañana, antes de ir á la Celle-Saint-Cloud para firmar el contrato, no se engañó acerca del valor de las concesiones que Clementina había arrancado tan diestramente al joven. Se juzgó amenazado del modo más grave y comprendió que la mujer que había dirigido contra él tan formidables baterías, no habría de desarmarse como esperaban los jóvenes esposos.

Ante esta pena tan sincera del hombre que le había educado, Mauricio se abandonó á su emoción: se abalanzó á Roussel, le estrechó entre sus brazos, le obligó á sentarse en una butaca, se colocó en un taburete cerca de él, le cogió la mano y, llorando también, dijo: Basta, mi querido padrino; ni una palabra más ... Usted no me conoce ... ¡yo, abandonarle! ¡Dejarle acabar su vida, que espero será todavía muy larga, sin aprovechar la dicha de su continua presencia! ¿Cómo ha podido usted pensarlo? ¡Preferiría renunciar á todas las mujeres de la tierra, mejor que causar á usted una pena ... Usted llora, mi bueno y único amigo, por mi causa.... Es la primera vez y será la última ... Tranquilícese usted; jamás haré nada que le atormente ni que siquiera le disguste; sería un ente desnaturalizado si pensase en otra cosa que en complacerle.

Á estas palabras siguió un largo silencio, como si Roussel hubiera estado midiendo todo el fastidio de semejante proposición y la señorita Guichard calculando toda su inverosimilitud. Por fin, Clementina reanudó la primera la conversación y dijo: ¿Por tan fútil motivo vas á causarme una pena seria? Mi motivo no es más fútil que tu deseo. ¿Tan testarudo eres? ¿Y tan vanidosa?

Toda vez que el señor Roussel se prestaba á ello, era evidente que usted, tan buena, no había de negarse.... ¡Ah! dijo alegremente Clementina; ¿se trataba pues de un efecto preparado? ¿Había un complot? ¿Y desde cuándo data la intriga?

Y acaso el uno y el otro hubieran sido felices, hasta tal punto arregla las cosas el amor. Pero Roussel no pronunció la palabra de afecto y Clementina, ahogada por la rabia y no encontrando ya más injurias que lanzar á la faz de su primo, arrojó un grito desgarrador y cayó en el sofá, víctima de un ataque nervioso.

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