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Actualizado: 6 de junio de 2025


Sin embargo, no por ambición de dinero, porque Roussel estaba al frente de un negocio muy lucrativo, sino por obedecer la última voluntad de su tío, Roussel no había rechazado la idea de casarse con Clementina y había resuelto intentarlo; lo que denotaba en él que era un buen muchacho, porque su prima no le gustaba y él tendía poderosamente á la libertad.

¡No!, dijo tristemente Roussel; porque llevarías contigo el recuerdo de Herminia y serías aún más desgraciado estando lejos de ella ... Y yo tendría la doble tristeza de verte sufrir y de pensar que sufrías por ser yo un egoísta ... Lo que me impedía dejarte en libertad de amar á esa muchacha, que es sin duda adorable y buena....

Con una amargura que no pudo vencer, Clementina pensó: "No tiene trazas de haber sufrido mucho." Roussel la saludó con sonriente cortesía y ella hizo una ligera y seca inclinación de cabeza. He aquí, dijo, una visita que yo no esperaba y que más que sorprenderme ... La vida no es más que una serie de sorpresas, mi querida prima, respondió.

Pasó tarareando al comedor y al lado del plato encontró un telegrama que acababa de llegar. Explicaré todo.... Vuelvo apresuradamente. Roussel." Dejó el papel azul sobre la mesa y siguió almorzando, presa de un asombro indecible.

Pasemos á tu estudio y estaremos mejor que aquí, dijo Roussel. Cogió al joven por el brazo, apretándoselo tiernamente, dichoso por tenerle allí, como si hubiera abrigado el temor secreto de no encontrarle en su casa al volver.

Abrió éste un instante los párpados hinchados por el llanto y viendo inclinada sobre él una cara que expresaba bondad y ternura, murmuró en medio de su sueño: "¿Estás ahí, papá?..." Roussel se sintió conmovido hasta en los más íntimos repliegues del corazón é imprimiendo en la frente húmeda del niño un tierno beso, dijo en alta voz, como para tomar por testigo al muerto: , duerme, hijo mío: ¡tu padre está aquí!

Una mañana, al llegar al estudio, Roussel encontró á su hijo más contento que de costumbre y cuando le preguntó la causa, éste sacó del bolsillo una carta y se la entregó. Era de Herminia, que llamaba á Roussel "querido padre," le daba las gracias por su abnegación, le prometía pagársela con su cariño, y le abrazaba, entretanto, de todo corazón.

Y saludó, no atreviéndose á ofrecer la mano á Clementina, tanto era su miedo de embrollar las cosas. Mauricio y Herminia hicieron un movimiento para acompañarle, pero la señorita Guichard detuvo á su sobrina por medio de una imperiosa mirada. Hasta luego, dijo Roussel; y salió con Mauricio.

¡No hay más!, murmuró Roussel en tono de sospecha. ¡Nada! Entonces ¿has visto al monstruo mismo? Un monstruo nada feroz, dijo Mauricio riendo. ¡Diablo! ¿Cómo te las has compuesto?... Pero, sin duda, ella no te conocía cuando te acogió é ignoraba el vínculo que nos une. Es verdad que, en cuanto lo supo, su actitud cambió completamente. ¡Ah! ¿Lo ves? exclamó Roussel triunfante.

Hubiera sido preciso decir tal ó cual cosa y Roussel se hubiera visto confundido ... Realmente no había estado á su habitual altura: la sorpresa, la emoción, la habían privado de sus facultades. ¿Pues no había cerrado la discusión desmayándose? ¡Desmayarse, cuando hubiera debido arrojarse á la cara de aquel malvado y sacarle los ojos!

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