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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Una pasión convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el corazón de la solterona. Hacia el año 1867, el señor Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, había acariciado el sueño de no dividir su fortuna y de casar á sus sobrinos.
Herminia y él estaban convencidos de que aquella atmósfera de pura alegría había dulcificado su corazón y de que se prestaría de buen grado á reconciliarse con Roussel.
El señor Mauricio Aubry está indispuesto con su tutor y la ausencia del señor Roussel en un día como este es buena prueba de lo que la digo. Sí; para entrar en mi casa, el marido de mi sobrina debía romper todos los lazos con el que me odia.... Era preciso que escogiera entre él y nosotras y así lo ha hecho. ¿Podría haber dudado un solo instante?
Las primeras veces, Roussel le había preguntado: "¿Adónde vas?" y el joven le había enseñado un álbum, y respondido: "Voy á buscar apuntes ..." Y no había invitado á su tutor á que le acompañase y hasta, pareciendo temer que éste se lo propusiera, casi se había escapado.
Pero ¡cuánto mejor sería el efecto si al entrar te anunciasen: "¡El señor capitán barón de Pontournant!..." ¡Bah! dijo el novio. El capitán Roussel suena muy bien. Sería de muy buen gusto volver á llevar el nombre de una ilustración del primer imperio.... Mi abuelo no pondría buena cara á un miembro de la caballería ligera de la burguesía parisiense....
Roussel no lo sospechó siquiera; sabía que era incapaz de faltar á un compromiso. Y sin embargo, ¿qué hacía? Resolvió seguirle, y una tarde en que Mauricio había salido por el camino de Saint-Cloud con el famoso álbum de las hojas en blanco, Fortunato se dispuso á ir de lejos en su seguimiento. Pudo sin dificultad no perderle de vista, porque el joven marchaba sin desconfianza.
Atravesaron la multitud, entraron en el saloncillo y, una vez solos, dijo Mauricio, entregándole una carta: ¡Lea usted! Roussel recorrió vivamente la carta, frunció las cejas y volviendo á tomar toda su gravedad, dijo: ¿Dónde has encontrado esto? En ese cofrecillo. ¿Y quién te le ha entregado? La señorita Guichard; hace un instante. ¿Con la llave? Sí.
Se le llevó á un rincón y le preguntó con acento inquieto: ¿Qué hay? Hay, que no he encontrado el coche y que no sé dónde está Herminia. ¿Qué es lo que dices? Herminia se ha vestido y, evidentemente, ha ido á la carretela. Pero la carretela no está. Se miraron, con un principio de sospecha. ¿Dónde está Clementina? preguntó Roussel. Ha salido del salón hace más de un cuarto de hora.
Roussel se sometió con gracia á sufrir este mal paso y se mostró sencillo y cordial, con un cierto matiz de altanería que á Clementina le pareció que contrapesaba desagradablemente la ventaja que ella había obtenido públicamente de la sumisión de aquel rebelde. Creyó que se levantaba un poco deprisa y vió en esta actitud un indicio del doblez con que, á su juicio, se había conducido.
Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que más disgustase á Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado á dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita.
Palabra del Dia
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