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Actualizado: 6 de junio de 2025


Le tomó la mano, le atrajo hacia ella en un canapé y exclamó, con los ojos brillantes de alegría: ¡Pobre joven! cuénteme usted eso. Mauricio contó lo que había convenido con Roussel y pudo comprender en la triunfante exaltación de Clementina hasta qué punto su padrino le había dicho la verdad.

Buscó febrilmente la firma y llena de horror descubrió estos dos nombres execrados: Fortunato Roussel. Herminia, asombrada, permanecía en pie delante de su tía sin comprender sus acciones ni sus palabras. Por fin se arriesgó á preguntar: ¿Usted sabe, pues, tía mía, quién es este joven? ¡Es él, es él! exclamó Clementina con ímpetu.

Acaso la comparación con Hércules hubiese agradado á Roussel, pero el ser asimilada con las Amazonas extrañó singularmente á Clementina, quien por vez primera empezó á sospechar que un académico podía muy bien ser un imbécil, y deploró que esta desagradable excepción recayese precisamente en su familia.

Solamente en presencia de Roussel, encontró Federico su equilibrio. Se enjugó la frente y dijo: Ya lo que el señor deseaba averiguar. ¡Buen Federico! Mauricio le estrechó en sus brazos. Si el señorito Mauricio quisiera no ahogarme, podría contarle lo que he sabido. Veamos; déjale hablar. Este muchacho.... Mauricio se sentó en el sofá; y Federico volvió á tomar la palabra.

Hace veinte años no he dejado de serlo ... Puedo decir que las únicas penas de mi vida han venido del señor Roussel. Señorita, dijo Mauricio con estupor, no puedo suponer que usted me engañe, ... y sin embargo, lo que me está contando es tan extraño, tan inverosímil ... Hace veinte años que estoy al lado del señor Roussel y es esta la primera vez que oigo hablar de tales disensiones.

Clementina hubiese podido casarse fácilmente; era muy rica, no muy madura y muy agradable para los que no temen á las mujeres del género granadero. Pero ninguna proposición la encontró bien dispuesta. ¿Quién sabe si creía que á fuerza de malas partidas habría de traer á buenas á Roussel y tener la dicha triunfal de verle á sus plantas humillado, arrepentido y barón?

Se aproximó al cochero y antes de entrar de nuevo en el jardín, le dijo á media voz: ¿Ha entendido usted bien, no es verdad? Un caballero y una señora, dentro de hora y media. Tendrá usted veinte francos de propina al llegar París.... Y sobre todo, permanezca usted ahora en el coche hasta el momento de partir. Vaya usted tranquilo, señor Roussel, dijo el cochero.

Todas las palabras pronunciadas durante su conversación con Roussel venían á su memoria y la hacían encogerse de hombros, de lástima de si misma, ¡Cómo! ¿Y era ella la que había hablado así? ¿Donde tenía la cabeza cuando había dado aquellas lastimosas respuestas?

Entonces Clementina, con aire de reina, se adelantó hacia Mauricio y después, adoptando el ceremonial en uso, dijo en tono imperioso: Herminia, toma el brazo del señor Roussel. Y pasaron en comitiva al comedor, que debía servir por la noche de salón de baile, y que ostentaba en su centro una gran mesa.

Además la impedía que llenase sus deberes respecto de su marido habitando con él y donde á él le conviniera. Y Roussel citaba el código. En suma, si Mauricio quería, había allí materia para un gran proceso, y tomando un ilustre abogado, se podía poner á Clementina en una posición muy desagradable. Llegaron así al almuerzo, que les reunió otra vez en el comedor, tristes y sin apetito.

Palabra del Dia

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