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De Cartama iba a Coín, Breve jornada, aunque alargue Siempre la tierra el deseo Poniendo montes y mares; Iba, el más alegre moro Que vió Granada, a casarme Con mi señora Jarifa, Que ya en su vida me aguarde. Véome preso y herido, Y lo que siento es que pase De mi bien la coyuntura. Déjame agora matarme.

¿No hay ningún carruaje? Hay la berlina; pero faltan los caballos... Aguarde usted un poco, voy a ponerle las varas, y engancharemos la jaca del señorito Pablo... No respondo de que tire. ¡De prisa, de prisa! Todo lo más que pudo, Pachín hizo lo que decía. Ventura se metió en el coche, y partieron.

PANTOJA. Ya os lo explicaré... Aguarde usted. Dispongamos ahora... DON URBANO. ¿Qué? Deje usted que lo piense... Será preciso traerla a casa... Vaya usted... Llega Máximo... DON URBANO. Los niños corren hacia él... Parece que le informan... Electra se dirige a la gruta. Máximo va hacia la niña... Electra huye de él... Hablan el Marqués y mi sobrino acaloradamente.

Pero al poco trecho se hizo otra reflexión, que vino a modificar la primera algún tanto. «En Madrid aún debe de hacer mucho calor: mejor será que aguarde hasta entrado el otoño; mientras tanto, haré lo que mi tío me ha dicho; frecuentaré menos la casa, y procuraré distraerme de otro modo. Por de pronto, hoy no voy alláCaminó con esta resolución en la mente un espacio de cien varas lo menos.

Torció Diógenes un poco la cabeza y balbuceó con ira: ¿Visita?... ¿Quién?... ¿El enterrador?... ¡Polaina!... ¡Que aguarde!... Es una señora... ¿Una señora?... ¡Polaina!

Si es que nuestra miserable nación ha de emprender algún día el imposible de su libertad, aguarde a que los vencedores castellanos adolezcan de la misma enfermedad y corrupción que desmayó a los moros de Boabdil, y tomen este largo plazo, y conténtense o resígnense al menos con él, ya que no supieron, o no pudieron, o, por no lo decir, no quisieron defender su libertad y su independencia, dejando para un "mañana" incierto lo mejor que parecía en un "hoy" seguro de seguras y firmes esperanzas.

Un minuto después una linda frente coronada de cabellos rubios se apoyaba en la reja. ¿Cómo estás aquí? He venido á la feria para mercar una yegua. ¡Qué salto me dió el corazón cuando tu voz! Temía engañarme. Por esa aguardé á que cantases otra vez, pero te había oído muy bien la primera. ¿Y cómo han quedado todos allá arriba?

Pero Vd. ¿no es Engracia... la...? ¡Atrévase Vd!... la querida de Millán. ¿Era eso lo que quería Vd. decir? Pues a mucha honra, que me está sirviendo de padre a mi chico. ¿Luego ese niño?... No es de Millán, sino mío y de mi difunto, que por allá nos aguarde muchos años. ¡Andá, si no fuera por Millán, ya habíamos reventao yo y el chico, como la Real Trinidad!

De todos modos manifestó aquél sonriendo de nuevo ¡hasta luego! ¡Se supone! Ya tienes en la lumbrada quien te aguarde, grandísimo zorro exclamó el chispeante Celso metiéndole el palo por el vientre á guisa de caricia. La lumbrada. Cuando los diputados llegaron á Entralgo, el sol había traspuesto ya las colinas por el lado de Canzana. Reinaba extraña y gozosa animación en el lugar.

Manuel, vas a decirme en seguida quién es esa chiquilla que está aquí sentada a la derecha con un viejo dijo al encargado del café inclinándose y metiéndole los labios por el oído. No puedo darle muchas noticias, Sr. Romadonga. Son padre e hija y me parece que los conoce Remigio, uno de los mozos... Aguarde usted un poco.