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Y embozándose en su capa, miró un triste reloj, que contaba con tristísimo compás la vida en el testero de la sala. No abráis á nadie: cuidado, cuidado con la puerta. Echad todos los cerrojos. Cuando venga mi sobrino, dadle algo que comer y que me aguarde. ¿Pero cómo va usted á salir con esos alborotos? dijo Clara con temor. No nos deje usted solas: tenemos mucho miedo.

A través de la puerta, abierta de par en par, la neblina y el viento llevaron al interior una oleada de frío. ¿Qué significa esto? preguntó, volviendo hacia Carlos su colérico rostro. ¡Nada! Pero, deténgase, se lo suplico... Aguarde hasta mañana, pero no esta noche. No lo haga. Se lo ruego. Por el amor de Dios, no haga usted eso.

Díjele mi nombre, para que me anunciara, y salió dejándome solo en una especie de sala de armas, cuyas paredes estaban cubiertas de atributos de caza y retratos de familia. Aguardé un gran rato, sin ver aparecer a nadie. ¡La carrera de gloria y honores, con que yo había soñado, comenzaba por hacer antesala! Devorábame la impaciencia.

Aguarde usted; apenas me enteré de todo sentí ganas de irme a la cama, donde todavía estaba Antonio, para arañarle.... No se ría usted, doña Manuela; hubiera querido ser hombre, para hacer una barbaridad.... ¡Pero una vale tan poco...! Además, cuando se es honrada y se quiere al marido, se le tiene respeto y no se atreve una a ciertas cosas.

Entramos en ella, y díjome: -No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a propósito para dar expediente a mis negocios. Subimos por una escalera, que sólo aguardé a ver lo que me sucedía en lo alto, para si se diferenciaba en algo de la horca. Entramos en un aposento tan bajo que andábamos por él como quien recibe bendiciones, con las cabezas bajas.

Yo comprendí que era el momento preciso de retirarme con disimulo, y giré furtivamente sobre mis talones, cuando que don Guillén, con acento entre alarmado y severo, me decía: ¿Qué va usted a hacer? Aguarde un instante; tengo que pedirle un gran favor. Es menester que me ayude a improvisar un acomodo donde mi hermana descanse unas horas.

Y como no le eche algo al condenado, me da muy mal rato». Si quiere usted... aguarde usted... yo... dijo Fortunata pasando revista mental a su pobre despensa. Quite usted allá, criatura... No faltaba más... ¿Piensa que no me puedo pasar...? No es que yo apetezca nada; lo tomo hasta con asco; pero me sienta bien, conozco que me sienta bien.

«¡Oh, Antoñita! ¡qué ángel perdimos al perder a Magdalena! »La aguardé toda la noche y luego todo el día y toda la noche siguiente y no ha acudido. »Afortunadamente, pronto iré yo a reunirme con ella.» «Ostende, 20 septiembre. »Me encuentro en Ostende.

Conque, ¿vamos, Baldomero? ...Cuando... quiera... don Melchor dijo Baldomero, que se había quedado contemplando a Ramona. Acompañados por Ricardo y Lorenzo se dirigieron a la caballeriza donde Hipólito palmeaba en la tabla del pescuezo al Platero, mientras lo tenía sujeto por una oreja. Aguarde que yo monte, don Melchor; ¡tenéselo, ché, Hipólito! ¿Por qué, Baldomero?