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En los Apuntes autógrafos que me sirven de guía, constan también, aunque en otra forma menos interesante, por descolorida y difusa; razón por la cual, y por el sabroso aderezo que llevan en el diálogo de los dos amigos, le he reproducido al pie de la letra, con preferencia al otro texto, para llenar un requisito que había de llenarse más temprano o más tarde, y es bien que se haya llenado donde se llenó, porque esa luz de más tendremos para llegar más fácilmente a donde vamos...

El decorado era de falso «Extremo Oriente»: un amontonamiento de muebles de laca negra y sin adornos, de sedas de colores desleídos ó de un azul negruzco, de ídolos espantables. Una luz difusa y verdosa descendía del techo: la luz de los teatros en una escena de noche.

Tenía ante sus ojos el bosque inmenso hermoseado por la difusa luz de las estrellas, borrando en la penumbra su acre aspereza de vegetación salvaje, unificando sus bravíos colores en una vaguedad fantástica de inmenso jardín encantado. Maltrana creyó ver un gigantesco dibujo blanco y negro sobre un papel azul perforado por innumerables picaduras de alfiler que daban paso a la luz.

No se habían probado las duchas, ni el sacarle de paseo al campo, ni el bromuro de sodio, que estaba dando tan buen resultado contra la peri-encefalitis difusa y contra la meningo-encefalitis, etc... y siguió echando términos de medicina por aquella boca, pues entonces le daba por leer libros de esta ciencia, y con una idea tomada de aquí y otra de allá hacía unos pistos que eran lo que había que ver.

También Santa Isabel, cuando oraba en la iglesia, depositaba la corona ducal al pie del altar. Volvió a la misma actitud humilde, y Genoveva, viendo que no podía pasar por otro camino, empezó a macerar sin duelo las carnes de su piadosa ama. El quinqué despedía luz tibia y difusa, que bañaba el pequeño gabinete de una claridad discreta.

que tronaba: iban a tener tempestad. Los dos hombres salieron al portal del cortijo. Por la parte de la sierra, el cielo estaba negro y las nubes corríanse como una cortina lúgubre entenebreciendo el campo. Aún no era media tarde y todos los objetos envolvíanse en la vaguedad difusa del anochecer.

Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje.

Las auras, cargadas de sales marinas, vinieron frescas y vivas a besarla el rostro, pálidamente iluminado por la claridad difusa y temblorosa. ¡Qué hermosa descripción podría hacerse de mujer romántica, joven, bonita y abandonada!

La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro. Nunca pedía perdón; no lo necesitaba. Salía del encierro pensativa, altanera, callada; seguía soñando; la dieta le daba nueva fuerza para ello.

Estos rayos de luz fría y difusa hacían aún más densas las tinieblas. En su marcha, sacaban de la obscuridad aquí una capilla, más allá una lápida sepulcral o el relieve de una pilastra. El gran Cristo que corona la reja del altar mayor fulguraba sobre el fondo de sombra con el brillo del oro viejo, como una aparición milagrosa que flotase en el espacio entre un nimbo de luz.