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Quiere estar sola, completamente sola, y dirigiéndose a uno de los criados: Id a decir a la señora que yo estaba fatigada, y he subido a mi cuarto. Annie, su camarera, dormitaba en un sillón. Despidiola, pues ella misma quería desvestirse. Dejose caer en un diván experimentando un delicioso cansancio. La puerta del cuarto se abre; es madama Scott. ¿Estáis enferma, Bettina? ¡Ah!

Dormitaba Torrebianca en ella ocupando un sillón de lona. Su esposa, sentada en otro sillón, tenía la frente entre las manos, en una actitud trágica. Persistía en su pensamiento la misma pregunta desesperada: «¿Dónde he venido á caer?...» Durante los días pasados en Buenos Aires, encontró tolerable su destierro.

Raúl, el encantador que había provocado ese milagro, experimentaba la orgullosa alegría de Pigmalión ante su estatua animada del soplo divino. Al volver al pueblo a la luz de la luna, la viuda, sentada enfrente del notario mientras el cura dormitaba a su lado, no pudo contener la exuberancia de su júbilo. Una hermosa velada, señor Hardoin, y como quisiera que tuviese muchas mi pobre Liette.

Excuso decirles que menudearon las sesiones confidenciales, y como resultado de ellas, que Clotilde sufrió todos los días la influencia fascinadora de esta chalina sobrenatural; a la postre se declaró vencida, entregándose a ella atada de pies y manos. La chalina se dignó alzarla del suelo y otorgarle la merced de su cariño. ¿Cómo la chalina? preguntó uno que dormitaba.

El cielo continuaba obscureciéndose y el chispear de la nieve espesando. Me gustó el síntoma. Mi tío, aunque entre amagos continuos de la tos, parecía más sosegado, y dormitaba. Facia, sentada lejos de él y atenta a cuanto pudiera ocurrirle, después que yo hube contemplado al enfermo acercándome de puntillas a su cama, me dijo con la mirada: Bien va eso, ¿eh?

La aguadora estaba saboreando su frugal comida, y el estanquero dormitaba echado de bruces sobre la piedra de probar la moneda. De repente llegó el coche de Paz y se detuvo junto al paseo ancho. Vámonos dijo ésta viendo tirarse al lacayo del pescante.

Se metían en un coche de tercera clase, entre aldeanos alegres, frescos, colorados; Quintanar dormitaba dando cabezadas contra la tabla dura; Frígilis repartía o tomaba cigarros de papel, gordos; y más decidor que en Vetusta, hablaba, jovial, expansivo, con los hijos del campo, de las cosechas de ogaño y de las nubes de antaño; si la conversación degeneraba y caía en los pleitos, torcía el gesto y dejaba de atender, para abismarse en la contemplación de aquella campiña triste ahora, siempre querida para él que la conocía palmo a palmo.

Fondo de aquel hermoso cuadro, graciosa cordillera, valles conocidos y amados, un cielo límpido y puro, por el cual ascendía la creciente luna semivelada en un celaje. ¿De quién es esta hacienda? pregunté. Hícelo, acaso con el pensamiento, porque nadie me respondió. La anciana dormitaba; el ganadero doblaba cuidadosamente, por la milésima vez, su valioso zarapo multicolor.

Y por el monótono desierto de la vida, allá fué marchando la lenta caravana de mis melancolías. Un domingo de Agosto, de mañana, dormitaba en la cama, en mangas de camisa, con el cigarro apagado entre los labios, cuando la puerta se abrió suavemente y entreabriendo los párpados adormilados, inclinarse a mi lado una calva respetuosa.

Quiso exteriorizar su desesperación y murmuró, señalando á la otra mujer medio ebria que dormitaba en el diván: Así seré yo dentro de poco. Se obscureció su rostro, como si pasase sobre él la sombra de sus últimas horas, y bajando las pupilas añadió: Y luego morir. Robledo permaneció silencioso. Había sacado disimuladamente su cartera de un bolsillo interior y contaba papeles debajo de la mesa.