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Para Marcelo el alma era inmortal como su Creador, señora de misma; los hechos fruto de las ideas, y la verdad el resplandor de la revelación: para Luciano causas y efectos, hechos e ideas se confundían en el seno de la Naturaleza, deidad esquiva y desdeñosa, que no con oraciones, sino sólo con trabajo y estudio, se deja arrebatar los bienes: a Marcelo le bastaba el pensamiento para abismarse en la contemplación de lo divino hasta sentir en los arrobos del éxtasis la clara visión de Dios: Luciano creía que el destino del hombre es luchar con la materia, vencerla, y luego perderse confundido y sumado con ella para siempre.

Don Luis tuvo buen cuidado de no poner en noticia de su padre la ofensa que le había hecho el conde de Genazahar. Su padre, que no iba a cantar misa y que tenía una índole poco sufrida, se hubiera lanzado al instante a tomar la venganza que él no tomó. Solo ya D. Luis, dejó el comedor para no ver a nadie, y volvió al retiro de su estancia para abismarse más profundamente en sus ideas.

El riachuelo Acis que festejaban Galatea y las ninfas del bosque y que el gigante Polifemo medio enterró entre las rocas, nos habla de una erupción del Etna, el gigante terrible, con la mirada de fuego, encendida sobre la como el ojo fijo del Ciclope; Cifanelo ó el Azulado que se coronaba de flores cuando el negro Platón vino á llevarse á Proserpina para abismarse con ella en las cavernas del infierno, nos hace aparecer los dioses jóvenes en la época de sus amores con la tierra virgen todavía; la encantadora Aretusa que la leyenda nos dice haber venido de Grecia nadando á través de las olas del mar Jónico, siguiendo la estela de las embarcaciones dóricas, nos cuenta la emigración de los colonos griegos en su marcha gradual de progreso hacia Occidente.

Se metían en un coche de tercera clase, entre aldeanos alegres, frescos, colorados; Quintanar dormitaba dando cabezadas contra la tabla dura; Frígilis repartía o tomaba cigarros de papel, gordos; y más decidor que en Vetusta, hablaba, jovial, expansivo, con los hijos del campo, de las cosechas de ogaño y de las nubes de antaño; si la conversación degeneraba y caía en los pleitos, torcía el gesto y dejaba de atender, para abismarse en la contemplación de aquella campiña triste ahora, siempre querida para él que la conocía palmo a palmo.

Puentes de una sola pieza ocultan el torrente; vénse abismarse y desaparecer las aguas bajo el enorme arco y hasta su ruido deja de oirse. Entre los monstruosos edificios aparecen formas gigantescas, como las de los animales fósiles, cuyas osamentas dislocadas se hallan algunas veces en las capas terrestres.

Parecía ella nacida para andar, con su pasito sosegado y firme, por aquellos vastos salones, para jugar apaciblemente detrás del recio balconaje apoyado en el escudo y para abismarse en el jardín penumbroso, entre arbustos centenarios y divinas flores pálidas de sombra.

Su mejor recreo era ir con su madre a sentarse en el campo y tomar croquis de los sitios pintorescos o bien abismarse en algún ensueño de Lamartine o de Hugo mientras que la indolente criolla dormitaba mecida por la armonía de los versos y acariciada por el ardiente beso del sol que le recordaba su país.

Pensó con cierta inquietud en don Andrés, aquel Mentor que por recomendación de su madre, si se despegaba de él alguna vez, era para seguirle de lejos... Pero, ¡bah!, que le esperasen en el Casino. Tiempo le quedaba en toda la tarde para abismarse en aquel salón lleno de humo, donde todos al verle se abalanzarían a él mareándole con sus preguntas y confidencias.

«Lo mismo era ella; como la luna, corría solitaria por el mundo a abismarse en la vejez, en la obscuridad del alma, sin amor, sin esperanza de él... ¡oh, no, no, eso no!». Sentía en las entrañas gritos de protesta, que le parecía que reclamaban con suprema elocuencia, inspirados por la justicia, derechos de la carne, derechos de la hermosura.