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Le han obligado a volvernos la espalda. Iré a hablar con él. CLEOPATRA. ¡Esperad! ¡Verónica! No se os escapará vuestro chiquillo. Hay que tomar una resolución. PROSERPINA. Por mi parte, es igual que tengamos unos maridos u otros. Allá se van todos. Estoy segura de que lo primero que se me pedirá es una buena cena.

Perdóneme; ¿quiere usted permitirme que le pregunte, señorita, si monta usted ese animal? , señor, pero con dificultad. ¡Pues bien! puede ser que ella sea menor cuando lo haya yo montado una ó dos veces. Esto me decide. Haga usted ensillar á Proserpina, Alain.

VOCES ROMANAS. ¡A las armas, ciudadanos! ¡Defended a nuestras mujeres! ¡A las armas! Dejadme hablar a Marcio. UNA VOZ TÍMIDA. ¿Eres , Proserpinita querida? PROSERPINA. , soy yo, amigo mío. ¿Cómo te va?... Venid aquí, Marcio. No temáis nada. ¿Os habéis percatado de que ni Cleopatra, ni yo, ni ninguna de las demás mujeres, queremos irnos con vosotros? Creo que está bien claro. MARCIO. ¡Cómo!

¡Silencio, es su marido! EL GRUESO ROMANO. ¡Ah, , no me acordaba ya! ¡Cielos, qué sed tengo! Me bebería un lago entero, sobre todo con la cenita que me dieron anoche. ¡Si supierais, señores romanos, qué bien guisa mi Proserpina! ¡Es toda una artista! ¡Silencio! EL GRUESO ROMANO. Bueno, he soñado esta noche que la Roma fundada por nosotros se desmoronaba. Casa por casa, piedra por piedra...

Hasta me alegraré de tener un nuevo marido; el que tengo ahora gruñe porque no varío el menú, mientras que el nuevo se chupará los dedos. CLEOPATRA. Decís cosas cínicas, Proserpina. La historia, con ese motivo, nos condenará. PROSERPINA. ¿Qué sabe la historia de nuestros negocios? Además, yo me encuentro aquí divinamente. CLEOPATRA. ¡Sois incorregible, Proserpina! Tened cuidado, pueden oírnos.

Entretanto, Proserpina me dejó desenredar las riendas y aun tocar su pescuezo sin dar la menor señal de irritación, pero no bien sintió mi pie sobre el estribo, se tendió á un lado bruscamente, tirando tres ó cuatro soberbias coces por encima de las macetas de mármol que adornan la escalera, se paró en dos patas haciéndose la graciosa y batiendo el aire con sus manos; luego reposó estremeciéndose.

A la misma época pertenecen sus novelas en prosa, excelentes en parte; un poema histórico acerca de la milagrosa imagen de La Virgen de la Almudena; otro mitológico, titulado Proserpina, que, al parecer, se ha perdido; otro denominado Orpheo, impreso con el nombre de Montalván, pero que es de Lope, segun el dictamen de D. Nicolás Antonio, habiéndolo cedido á su amigo para aumentar su fama; la poesía La mañana de San Juan y La Rosa Blanca, y, por último, innumerables composiciones ligeras sobre asuntos religiosos y profanos; sonetos, romances, epístolas, etc., que, como las del primer período de su vida, no mencionaremos ahora expresamente .

Yo me vuelvo loco. No puedo vivir sin mi Cleopatra. Es mi mujer legítima. ¡Todo lo legítima posible! ¿Creéis que no querrá seguirme? PROSERPINA. ¡Por nada del mundo! MARCIO. ¿Qué voy a hacer entonces? Como la amo, no puedo vivir sin ella. PROSERPINA. Calmaos, Marcio. MARCIO. ¿Cuál es? PROSERPINA. Llevárosla a la fuerza. MARCIO. ¿Y creéis que así me seguirá? MARCIO. ¡Pero eso sería innoble!

Pero continúo con orgullo la exposición de lo que hemos hecho. ¿Recordáis, señores sabinos, en qué se hallaban ocupados nuestros sabios juristas mientras los astrólogos consultaban las estrellas? En estas condiciones, es difícil hablar. Estáis ahí como estatuas, sin decir esta boca es mía. ¡Bueno, recordad, os lo ruego! ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Dejadnos en paz con vuestra Proserpina!

Este que se le signe, es el curioso Gran DON PEDRO DE HERRERA, conocido Por de ingenio elevado en punto honroso. Este, que de la carcel del olvido. Sacó otra vez á Proserpina hermosa, Conque á España y al Dauro ha enriquecido, Verasle en la contienda rigurosa, Que se teme y se espera en nuestros dias, Culpa de nuestra edad poco dichosa, Mostrar de su valor las lozanias.