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Aunque os insulten, aunque os escupan en la cara, no dejéis de llorar, señores sabinos; debemos derramar lágrimas pensando en la ley ultrajada, en el derecho pisoteado. ¡Adelante, sabinos! ¡Trompetas, tocad la marcha fúnebre! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! CLEOPATRA. Espera, Marcio... ¡Un momento! MARCIO. ¡Déjame, mujer!

Y no hay que olvidar que en este momento la historia, esa justiciera implacable, está personificada en nosotros. Tocad la marcha. Los sabinos avanzan del modo indicado por Marcio: dos pasos al frente, un paso atrás. De esta suerte atraviesan lentamente la escena y desaparecen entre bastidores. La escena del primer cuadro. El aspecto es ya menos inculto.

MARCIO. ¡Señores sabinos! La historia no podrá reprocharnos ni la lentitud ni la indecisión.

Al fin nos dio este terrible informe: «Partieron sin dejar señasPero no quedamos contentos con esta gestión. ¿Recordáis, señores sabinos, lo que hicimos por añadidura? ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? Todos nuestros esfuerzos han sido vanos. Los dioses todopoderosos no han querido coronarlos de éxito.

UNA VOZ. ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Calmaos, señores sabinos! ¡Dominaos! Voy a arreglarlo todo. Aquí hay un error jurídico. La desgraciada mujer no se da cuenta de que es víctima de estos innobles raptores. Vamos a probárselo. ¡Señores profesores, manos a la obra! El pánico se apodera de los romanos. ESCIPIÓN. ¡Confiesa, confiesa! Si no, va a comenzar de nuevo. ¡Dios nos libre!

Las estrellas a que nos hemos dirigido sólo nos han contestado una cosa: «Partieron sin dejar señas.» ¡, sin dejar señas! ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? MARCIO. , señores sabinos, es una respuesta bien extraña por parte de los astros.

Gloria, que no sin dolor y envidia reconoció negada a los suyos, el propio Josefo, cuando escribe: que fue no pequeño don de la clemencia Romana, la participación de su nombre a los vencidos: los Españoles antiguos dice, los Tirrenos y los Sabinos, Romanos se llaman. Solo los Judíos son y se llaman en todas partes Judíos, sin que jamás hayan merecido la gloria de Romanos.

Ni lentitud ni indecisión entran en el carácter de los sabinos, a cuyo temperamento arrebatado, impulsivo, apenas ponen coto la experiencia y la prudencia. ¿Recordáis, maridos despojados, adónde fuimos a parar la mañana memorable que siguió a la terrible noche durante la cual esos bandidos robaron, de una manera abominable, a nuestras desgraciadas mujeres? ¿Recordáis adónde nos llevaron nuestras piernas veloces, devorando el espacio, apartando todos los obstáculos y alborotando toda la región? ¿Recordáis?

Pero continúo con orgullo la exposición de lo que hemos hecho. ¿Recordáis, señores sabinos, en qué se hallaban ocupados nuestros sabios juristas mientras los astrólogos consultaban las estrellas? En estas condiciones, es difícil hablar. Estáis ahí como estatuas, sin decir esta boca es mía. ¡Bueno, recordad, os lo ruego! ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Dejadnos en paz con vuestra Proserpina!

El mundo entero puede burlarse de los desgraciados sabinos; ¡ellos no dejarán de respetar la ley! ¡Señores sabinos, en marcha! ¡Volvamos a nuestra casa! Llorad, derramad lágrimas, sin avergonzaros. Aunque se mofen de vosotros, aunque os tiren piedras, ¡llorad!