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Actualizado: 7 de julio de 2025


Y ¡congratulaos, señores sabinos! ahora, por fin, podemos acometer nuestra gran empresa, porque tenemos la dirección exacta. ¡Miradla! MARCIO. ¡Miradla! Una carta certificada que firma «Un raptor arrepentido». El autor dice en ella que tiene remordimientos de conciencia por su mala acción; jura que no raptará ya más mujeres, y pide perdón humildemente.

Y esos sabinos parece que están petrificados... Se los tomaría por ídolos de piedra. ¡Si al menos tocasen algo con sus trompetas! ¡Mirad, se mueven! MARCIO. ¡Señores romanos!

Es muy posible que llueva, que haga mucho viento, que las nubes negras encapoten el cielo; pero no es menos posible que todo esto no sea sino imaginación. De un modo o de otro, el paisaje debe corresponder al trágico estado de alma de los pobres maridos. A ambos lados de la escena, los sabinos, en dos grupos simétricos, se dedican a la gimnástica.

Bueno, señores sabinos, voy a ayudaros a recordar. Decidme, ¿para qué os dedicáis a la gimnástica? UNA VOZ TÍMIDA EN EL FONDO. Para tener los músculos fuertes. MARCIO. ¡Muy bien! ¿Y para qué necesitamos tener los músculos fuertes? ¡Responded! OTRA VOZ TÍMIDA. Para pegarnos. Un sabino, un amigo de las leyes, un puntal del orden, un modelo, único en el mundo, de lealtad.

CLEOPATRA. No tengo nada que confesar. Soy víctima de una calumnia. MARCIO. ¡Señor profesor, estamos esperando! ESCIPIÓN. ¡Date prisa, te lo suplico! ¡Confiesa! ¡Oh, Júpiter, ya abre la boca! Esperad, señores sabinos: confiesa. Tapadle la boca a vuestro profesor, puesto que confiesa. CLEOPATRA. Bueno, confieso. El asunto está arreglado.

Durante largo rato no se oye sino el cuchicheo de los gimnastas; «Quince minutos de ejercicio diarios», etc. Entra Anco Marcio, enseñando una carta. MARCIO. ¡He aquí la dirección, señores sabinos! Hemos recibido la dirección de nuestras mujeres. ¡La dirección, señores, la dirección! VOCES AHOGADAS. ¡Escuchad, escuchad! Se ha recibido la dirección. ¡Silencio, señores, silencio!

No echéis en olvido, señores sabinos, que nuestra única arma es la ley, nuestro derecho y nuestra conciencia tranquila. Demostraremos a los romanos, sin que haya lugar a duda alguna, que son unos raptores, y a nuestras pobres mujeres, que fueron raptadas de un modo por completo ilegal. Hasta el Cielo se estremecerá de indignación.

NUMEROSAS VOCES. ¡Estamos de acuerdo! ¡Completamente de acuerdo! MARCIO. ¿De veras? Entonces no lo entiendo. ESCIPIÓN. Y, sin embargo, es muy sencillo. MARCIO. Aquí hay algún error. Pero, en fin, ya que insistís... ¡Señores sabinos, congratulaos! Los culpables confiesan sus crímenes. Sin más que ver nuestros preparativos para la batalla de derecho, experimentan remordimientos de conciencia.

En vez de luchar abiertamente por la libertad del pueblo, apelaban al buen sentido del gobierno, invocaban razones jurídicas y humanitarias, se conducían, en fin, como los «sabinos», tan magistralmente pintados por Andreiev en esta piececita. Un lugar salvaje, completamente inculto. Comienza a despuntar el día.

MARCIO. ¡He aquí nuestras mujeres! Señores sabinos, dominaos. Os suplico que contengáis vuestros impulsos amorosos mientras no está arreglada la cuestión jurídica. Dos pasos al frente, un paso atrás; no olvidéis que es nuestra divisa. Hemos resistido largo tiempo a los raptores y sólo hemos cedido a la fuerza. Os juro, querido Anco Marcio, que no he cesado de verter lágrimas pensando en vos.

Palabra del Dia

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