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Actualizado: 11 de mayo de 2025


12 Por tanto, ahora no daréis vuestras hijas a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, ni procuraréis su paz ni su bien para siempre; para que seáis corroborados, y comáis el bien de la tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos para siempre.

El chico volvió a gritar: ¡Cereza! ¡Cereza!... Por Dios, me dejéis la Cereza... Señor escribano, déjeme la Cereza... Pero viendo que se alejaban sin hacer caso, dejó de suplicar. Se puso a recoger piedras del suelo y a arrojárselas lleno de ira. ¡Ladrones! ¡ladrones!... ladrones de vacas... ¡Déjame la Cereza, ladrón!... ¡Deja esa vaca, ladrón!

Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua. -En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

Esto os digo ¡oh amigos míos! para moveros y incitaros a que mejoréis vuestra suerte y a que dejéis el pobre ajuar de unas redes y de unos estrechos barcos, y busquéis los tesoros que tiene en encerrados el generoso trabajo: llamo generoso al trabajo del que se ocupa en cosas grandes.

Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller; digo para ayuda de poner su casa, porque, en fin, han de vivir por , sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros. -Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergüenza. -No, por cierto -respondió el labrador.

Ameis la naturaleza ó ameis el arte, conviene que dejeis ya estos lugares donde tanto habeis sentido el placer y la melancolía.

Y dió las órdenes al sumiller, cerró además la puerta de la cámara, y volvió á sentarse sobre la alfombra y á comer sus embuchados. Os ruego dijo el padre Aliaga que por estos momentos dejéis vuestro oficio de bufón y me respondáis bien, lisa y llanamente. Entonces reclamo mi sueldo de consejero. El rey sacó de su portabolsa una bolsa, y la arrojó al bufón.

Señor, peino mis cabellos péinolos con gran dolor, que me dejéis a sola y a los montes os vais vos. Esa palabra, la niña no era sino traición. ¿Cuyo es aquel caballo que allá bajo relinchó? Señor, era de mi padre, y enviáralo para vos. ¿Cuyas son aquellas armas que están en el corredor? Señor, eran de mi hermano, y hoy os las envió. ¿Cuya es aquella lanza, desde aquí la veo yo?

Nada, sólo pedía que le dejasen en la estación. Salía un tren a las siete y sólo faltaba una hora. Acataron su voluntad aunque de mala gana. Os suplico que os volváis a vuestras casas y me dejéis ya les dijo cuando hubieron llegado. Y llamando aparte a Tristán: Cuida mucho de Clara. Conozco su corazón y que este golpe puede hacerle mucho daño. Os espero dentro de cuatro o cinco días.

-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.

Palabra del Dia

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