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Actualizado: 8 de junio de 2025


Por otra parte, las montañas, después de creadas, cambiaban de sitio con frecuencia, y servían á los dioses para arrojárselas con hondas. Los titanes, que no eran dioses, transtornaron todos los montes de Tesalia para alzar murallas en torno del Olimpo: el mismo gigantesco Altus no era demasiado peso para sus brazos, que lo llevaron desde el fondo de Tracia hasta el sitio en que hoy se levanta.

Los hombres ponían bajo sus pies los sombreros para que los pisase; las mujeres arrancaban las flores de su cabello para arrojárselas. Cuando bajó la cubrieron de besos. Pero la bella se dejó caer jadeante en una silla y quedó silenciosa y sombría sin participar del frenesí que allí reinaba. Los viejos dieron, al fin, la señal de retirarse. La partida fué ruidosa.

Ella sintió crecer aquel desconsuelo que la oprimía y la angustiaba y le producía una irritación sorda, una amarga iracundia, que la llevaba a escarbar llena de saña en el basurero de su vida, buscando y enumerando las vergüenzas públicas, las inmundicias de todos conocidas, que le había tolerado, consentido y hasta aplaudido como amables pequeñeces aquel mismo Madrid que ahora le volvía la espalda, para arrojárselas a la cara, gritándole con muy buena lógica: «¿Acaso soy ahora peor que lo fui antes?... ¿Por ventura hace más fuerza en ti una calumnia anónima, levantada por pérfidos asesinos, que ese montón de lodo con que a todas horas te he salpicado el rostro?...».

El chico volvió a gritar: ¡Cereza! ¡Cereza!... Por Dios, me dejéis la Cereza... Señor escribano, déjeme la Cereza... Pero viendo que se alejaban sin hacer caso, dejó de suplicar. Se puso a recoger piedras del suelo y a arrojárselas lleno de ira. ¡Ladrones! ¡ladrones!... ladrones de vacas... ¡Déjame la Cereza, ladrón!... ¡Deja esa vaca, ladrón!

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