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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ya sabía yo que érais el hurón del alcázar. Como me fastidio y sufro y nada tengo que hacer, husmeo y encuentro, y averiguo maravillas. ¿Estáis listo ya, don Francisco? Zapatos en cinta me tenéis, y preparado á todo. No os dejéis la linterna. ¿Qué es dejar? Nunca de ella me desamparo; cerrada encendida la llevo, y haciendo compañía á mis zapatos. ¿Estáis vos ya fuera? Fuera estoy.
Es por esta razón que os aconsejo que me dejéis a mí el encargo de vender a Relámpago. Lo montaré mañana en la cacería, reemplazándoos, con mucho gusto. No tendré tanta apostura como vos en la silla, pero se admirará más al caballo que al jinete. Sí, eso es... ¡Confiaros mi caballo!
Aunque os insulten, aunque os escupan en la cara, no dejéis de llorar, señores sabinos; debemos derramar lágrimas pensando en la ley ultrajada, en el derecho pisoteado. ¡Adelante, sabinos! ¡Trompetas, tocad la marcha fúnebre! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! CLEOPATRA. Espera, Marcio... ¡Un momento! MARCIO. ¡Déjame, mujer!
Yo no puedo ofenderme de lo que me da risa. ¿Y qué os da risa en esto? El secreto que gastáis... como si no supiéramos que en palacio es muy fácil tener amores altos. Como es muy difícil que vos dejéis de ser una deslenguada. Os advierto, hermano bufón, que si mi esposo os oye, que pudiera ser, os cortará una oreja. ¡Bah! ¡el escuderote!
Y como hemos hablado todo lo que teníamos que hablar, y como yo estoy contenta todo cuanto puedo porque os castigo, no hablemos más, que si más hablamos no haremos más que ofendernos. Os voy á dar un consejo. ¿Cuál? Que dejéis para más tarde vuestra venganza, ó que os venguéis de otro. No os comprendo. Han levantado el destierro á vuestro marido. Guardó la condesa un silencio de espanto.
No crea usted eso, D. Andrés... Las muchachas están rabiando porque alguno les diga algo, y si es un señorito, mejor que mejor... Mire usted, yo tengo dos hijas; pues no sé cuál de ellas tiene más ganas de salir de casa... Yo les digo: ¿cuándo diablos me atrapáis un señorón rico que os mantenga para que me dejéis en paz?... Pero nada... se pasa el tiempo... van al mercado los jueves, van a las romerías, y nada... no acaban de dejarme solo a mis anchas.
Procuradlo... y no dejéis de avisarme... de lo más mínimo que descubráis acerca de esos amores. ¡Oh, Dios mio! ¡Quién pudiera creerlo!... ¡quién pudiera siquiera sospecharlo!... ¡la reina!... Es en verdad muy extraño... pero ello en fin... y yo he podido equivocarme. ¡Oh! ¡si os hubiérais equivocado!
Pero no dejéis de mirar; al reflejo del sol sucede el de los purpúreos vapores del horizonte. Ilumínase de nuevo la montaña, pero con más suave brillar. Parece que no existe la roca dura bajo su vestidura de rayos: sólo queda un espejismo; una luz aérea: parece que el soberbio monte se desprendió de la tierra y flota en la pureza del cielo.
Que dejéis la prueba en la casa o que os la llevéis consigo, ha jurado apoderarse de ella; y tened la seguridad de que lo conseguirá si no encontramos otro medio de engañarla. En verdad, Marta, que no os comprendo. ¿Cómo se podría apoderar la condesa de un papel que yo llevo conmigo? Mientras estoy en viaje, ella no...
Cada cual tiene sus costumbres, como vos las tenéis en meteros en lo que no os va ni os viene. Perdonad, yo creí que un hombre que se ha ofrecido á serviros de testigo... ¿Y qué falta me hacen á mí testigos para mis asuntos? ¡Ah! Pues os digo que si lo tomáis así, vais á tener mil camorras todos los días, si no es que á la primera os escarmientan. Os suplico que me dejéis en paz.
Palabra del Dia
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