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Cada cual tiene sus costumbres, como vos las tenéis en meteros en lo que no os va ni os viene. Perdonad, yo creí que un hombre que se ha ofrecido á serviros de testigo... ¿Y qué falta me hacen á testigos para mis asuntos? ¡Ah! Pues os digo que si lo tomáis así, vais á tener mil camorras todos los días, si no es que á la primera os escarmientan. Os suplico que me dejéis en paz.

No os creo. Cuando sepáis con quien me caso, lo creeréis. ¿Habláis formalmente, Dorotea? ¡Oh! ¡! ¿Y quién es ese afortunado esposo? Me estáis atormentando, Dorotea. Os juro que no tendréis celos del esposo que he elegido. ¿Vais á meteros á monja? ¡Llevar yo á Dios un corazón lleno del amor impuro de un hombre! ¡No, don Juan! no soy tan impía.

Pero concebid paralelamente otro porvenir además del matrimonio para el caso de que no os caséis a pesar de todo... Sobre todo, no vayáis a meteros en la cabeza que vuestra vida quedará truncada si no habéis encontrado esposo.

Pues así es, señá Eufrasia dijo Maltrana. Y el marido, saliendo de su mutismo por este triunfo extraordinario sobre la esposa siempre dominadora, dijo solemnemente: ¡Lo ves, mujer!... Las hembras no sabéis na de na y queréis meteros en too. Pero la Eufrasia, sin prestar atención al marido, bajaba la cabeza como para seguir mejor el curso de sus pensamientos.

Ahora, haciéndole sospechar que don Rodrigo le engaña, que le hace traición, su excelencia, que es tan receloso, que en todas partes ve peligros, perderá de seguro á su muy amado confidente. ¿Quién os ha mandado, don necio soberbio, meteros conmigo? ¡Bien empleado os estará todo lo que os suceda, y en vano os devaneréis los sesos para saber de dónde ha venido el golpe!