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No brotó en los campos de la gloria el árbol de tu triste independencia: nació como un aborto de la historia, surgió como un hedor de pestilencia, como el miasma mefítico de un lago, como el mal de una pútrida conciencia. No espere nunca el lisonjero halago de inmarchito laurel tu saña impía, nacida para el luto y el estrago.

Acudieron las personas caritativas que al enterramiento habían venido a una fuente que en el cementerio había, y trajeron agua, y para rociar con ella el semblante a la desmayada se lo descubrieron, y entonces apareció la más peregrina hermosura que podía imaginarse; pero flaca, como si largo tiempo hubiese sido maltratada por la dura e impía mano de la miseria, y tan pálida, que no parecía sino otro cuerpo difunto al que hubiese de darse sepultura.

En verdad, la reputaba como una sugestión bastante impía, tendiente a insinuar que todo debía de ser obra de manos humanas y que no había ningún poder sobrenatural capaz de hacer desaparecer las guineas sin tocar los ladrillos.

Decían lo segundo, no menos atrevidos que injuriosos, que aunque en la Iglesia se veían tantos ministros graves, doctos, celosos y virtuosos, todo era para tener, o ganar lucimiento, autoridad y aún que comer, desacreditando con esto la virtud verdadera, por más que la solidez de la humildad, pobreza, entereza y desinterés dieran voces al corazón contra tan impía mentira.

Pensemos con mas cuidado: si será del caso que los hermanos riñan con los hermanos por una liviana y inutil contienda de palabras, y que la paz se quebrante con impía disension por vosotros que altercais por cosas tan pequeñas, y en manera ninguna necesarias?

Belarmino, cuando andaba suelto, era un hombre de cuidado, porque de cuando en vez le atacaban ramalazos de locura, y la locura es contagiosa, sobre todo la locura impía, que es la que a él le aquejaba.

La codicia había sido, sin embargo, peor que la lascivia, ya que, si bien toda revolución herética o impía empezaba con deportes, amoríos y relajación de costumbres, siempre era la codicia la que lograba que triunfase, convirtiendo la revolución en cucaña, en cuyo extremo superior se ponían los bienes de la Iglesia.

Al primer grito herido de Montiño, una de las dos mujeres levantó la cabeza, y la otra se estrechó más contra su compañera; en el momento en que una de las mujeres le miró, la luz del farol hería de lleno la calva frente de Montiño, levantada al cielo en una actitud más épica y más impía que la que puede suponerse en Ayax amenazando á los dioses; verle aquella mujer, y esconder otra vez, temblando, su cabeza, entre el seno y el hombro de su compañera, fué todo cosa de un momento, y uno de los dos hombres que estaban en un ángulo, y que no le veían el rostro por la razón capital de que le veían las espaldas, le dijo con acento áspero é insolente: Háganos el menguado la merced de callar, que aquí, al que más y al que menos le huele el pescuezo á cáñamo, y no alborote de ese modo.

Tenía ante él á Sánchez Morueta, con el puño levantado, las barbas en desorden, y en los ojos una expresión feroz: el deseo de exterminar á la canalla impía que insultaba á las personas decentes y había hecho refugiarse á las señoras en la iglesia. Al reconocer á Aresti, bajó el brazo y la cabeza como avergonzado.

Casi siempre sacaba de este análisis que todo se evaporaba en bondad, en cumplimiento de una obligación, en deseo de no afligir, en agradecimiento, y que nada quedaba para el amor en el fondo de la retorta, donde su impía crítica había puesto a alambicar las muestras todas de cariño que doña Beatriz le había dado desde que se casaron.