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Iba decayendo de día en día y en poco estuvo que se muriese; pero la providencia de Dios, que sin duda le reservaba todavía para algo útil, quiso que, cuando menos lo pensaba, arrojase algunas varas de solitaria. Averiguada con tal motivo la enfermedad que le aquejaba, era fácil curarle, y en efecto, en poco tiempo se curó y quedó tan bueno como antes.

Temía que mis generosos amigos fuesen víctimas de su abnegación, y mis presentimientos se vieron realizados, al menos para Teobaldo, pues algunos días después, enfermo de bastante gravedad, padecía la misma dolencia que me aquejaba; Carlos entonces se alejó de , me abandonó; Teobaldo estaba peligrosamente enfermo, y era el amigo a quien amaba más en el mundo.

En vida de Esperaindeo escribió el ilustre y noble Paulo Alvaro su Indículo luminoso, y otros piadosos y eruditos varones se ejercitaron en el género epistolar, combatiendo tambien la doctrina del Koran; que tal era entonces la necesidad mas imperiosa y aflictiva que aquejaba al Occidente comprometiendo su futura civilizacion.

Páseme a pensar qué haría y parescióme esperar a mi amo hasta que el día demediase y si viniese y por ventura trajese algo que comiésemos; mas en vano fué mi experiencia. Desque vi ser las dos y no venía y la hambre me aquejaba, cierro mi puerta y pongo la llave do mandó y tornóme a mi menester.

El público, por más que escuchaba con respeto y simpatía estas noticias acerca de la enfermedad que aquejaba en aquel momento al ganado de cerda, sentía ya impaciencia por oir las declaraciones del presidente. Después de la alusión del hijo del Perinolo al asunto del periódico, todos ansiaban saber lo que había de cierto.

Bien se declaraban las torpes aficiones en el mirar opaco de sus ojos, hundidos y extraviados, y en la palidez cadavérica de las mejillas, a la cual también contribuía la dolencia crónica que le aquejaba hacía algunos años. Al llegar en el verano anterior a su pueblo natal habíase alojado en casa de su hermano Tomás, quien pensó que se le entraba con él la fortuna por la puerta.

Octavio, para huir el vago malestar que le aquejaba, procuró representarse bien el apuro en que se veía y el sagrado ministerio de la persona que tenía delante. Se hizo cargo de que no había más remedio que entregarse en manos del cura, saliese lo que saliese, y le dijo con decisión: Señor cura, he venido á su casa para hablarle de un asunto muy grave.

Contento estaba Cervantes con su buena aventura, que tan en claro le había puesto el encendido amor en que por él ardía doña Guiomar, y parecíale que ya su vida y su alma habían encontrado buen empleo, y la codicia de ver de nuevo a doña Guiomar le aquejaba, y de gozar otra vez de sus ardientes miradas, de las que para él se la salían del alma; pero temía, si iba, no le obligase ella con juramento a que nada intentase contra aquel enemigo de sus padres y suyo, que de tal modo había perseguido a su madre y a ella la perseguía.

Tras una hora de encierro en el cuarto inmediato al del enfermo, a quien rodeaban su familia gemebunda y cuantos españoles hubo en las inmediaciones, fueron apareciendo uno a uno los doctores, en larga y solemne procesión; cediéronles los profanos el sitio en derredor del lecho; tomó la palabra el menos joven y más estirado de los médicos; dijo que estaban perfectamente de acuerdo todos los profesores allí reunidos, lo mismo sobre el pronóstico que sobre el diagnóstico de la enfermedad que aquejaba al señor marqués; que aprobaban lo que hasta entonces habían dispuesto los dignísimos compañeros que se les habían anticipado en el honor de prestar los primeros auxilios al ilustre paciente; que volverían a reunirse dentro de dos horas, y que buen ánimo, entre tanto, para conllevar la inevitable pesadumbre por lo ocurrido...; con lo cual, y una ceremoniosa inflexión de cuello y de espinazo, salió de la estancia seguido de sus comprofesores, lo mismo que habían entrado, uno a uno y con la respectiva inflexión de cuello y de espinazo, graves, muy graves todos, y a cual más atildado y taciturno.

Tenía diez y nueve años, precisamente la edad, entonces, en que sentándole á uno mal los juegos y entretenimientos de los muchachos, no podía, sin embargo, entrar en la esfera de acción de los hombres; y así, sin saber á qué zona arrimarse, porque en ambas estorbaba, le aquejaba cada pesadumbre que le partía.