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Otras veces, el «tramitador» se convierte en heredero de las diez leguas alfalfadas por medio de un matrimonio un tanto morganático, si vale expresarse así, en que se unen el brillo del nombre y el más opaco que da el campo bien alfalfado, aunque exento de gules. La vida es una serie de mutuos apuntalamientos, de combinación de anhelos, de asociación de aspiraciones diversas.

De modo que todo queda reducido a una simple catarata congénita dijo el patriarca con afán. ¡Oh, no, señor; si fuera eso sólo, seríamos felices! Bastaba decretar la cesantía de ese funcionario que tan mal cumple su obligación.... Le mandan que paso a la luz, y en vez de hacerlo, se congestiona, se altera, se endurece, se vuelve opaco como una pared. Hay algo más, Sr. D. Francisco.

Una palidez biliosa, lívida, terrible, cubrió las mejillas de la comedianta; sus ojos irradiaron una mirada desesperada, tembló toda, y exclamó con acento opaco: ¡Conque me ha engañado!... ¡conque me ha mentido!... ¡ya lo sospeché yo!... Quevedo le trajo ayer á mi casa... , , veo claro... muy claro... ¡ya se ve!... ¡como yo soy... ó era la querida del duque de Lerma!... ¡oh! ¡han querido tener en un instrumento!... ¡ese maldito don Francisco, que lee en el alma... que adivinó que yo me enamoraría de él... que me volvería loca por él!... ¡oh! ¿quién había de creer que Quevedo fuese tan villano? ¡oh! ¿quién había de pensar que un joven de mirada tan franca y tan noble, sucumbiría á tal bajeza... á tal crimen?... ¡enamorar á una pobre mujer que vive tranquila, resignada con su fortuna... hacerla odioso su pasado y desesperado su presente... matarla el alma!... ¡oh! ¡qué crimen, qué crimen... y qué infamia! ¡Es necesario que aunque yo me pierda se acuerde de ! ¡Es necesario que yo me vengue!...

Otra repitió la reina con acento grave. Es urgente, urgentísimo, que vengáis esta noche; os espero con impaciencia. Nada temáis contando conmigo; atrevéos á todo. Esta noche, á la una, hablaremos más despacio. Venid. MargaritaLa última dijo la reina con acento opaco. «Lo que me pedís es imprudente. Decís que nuestras entrevistas son peligrosas en palacio. Desde el momento conocí el peligro.

Creía yo entonces ¡pobre muchacho soñador! que un orto de fuego sería opaco y brumoso para el malvado; que los lirios del río no tendrían aromas para el perverso; que las selvas acallarían sus músicas y enmudecerían medrosas cuando pasaran bajo sus arcadas, bajo sus bóvedas de follaje, corazones manchados.

Al medio día, entraba en mi pila de mármol rosa, donde los perfumes derramados daban al agua un tono opaco de leche: después, pajes rubios, de manos suaves, me daban fricciones con el ceremonial de quien celebra un culto; y envuelto en un «robe-de-chambre» de seda índica, atravesaba la galería mirando a mis «Fortunys» y a mis «Curots» entre dos filas silenciosas de lacayos, dirigiéndome al comedor, donde, servidos en platos de Sévres, azul y oro, humeaban los más suculentos manjares.

En pie, a su izquierda, Santoyo, su ayuda de Cámara, tomaba las fojas y espolvoreaba de arenilla la reciente escritura. Felipe Segundo debía de estar harto enfermo. Su tez había cobrado opaco blancor de yeso humedecido. No se oía en la estancia otro murmullo que el rasguear incesante de las péñolas en el papel.

Nuestro globo queda reducido a un astro opaco, pequeñuelo y hasta deforme que gira como otros muchos planetas más grandes y más hermosos que él, perdido en la inmensidad del éter. ¿Qué será de nuestra preeminencia sobre las demás criaturas; qué de la dignidad humana, si tal suposición llega a demostrarse por completo?

Llevábase las manos á la garganta, sacudía la cabeza, ¡imposible! trató de reir y sus labios se agitaron convulsivamente: un ruido opaco como el soplo de un fuelle era lo más que pudo producir. Miráronse las mujeres espantadas. ¡Está mudo, está mudo! gritaron llenas de consternacion, armando inmediatamente un regular alboroto.

Durante un año entero, después de ese fracaso, proseguí inyectándome. Un largo viaje emprendido dióme no qué misteriosas fuerzas de reacción, y me enamoré entonces. La voz calló. El sepulturero, que escuchaba con la babeante sonrisa fija siempre en su cara, acercó su ojo y creyó notar un velo ligeramente opaco y vidrioso en los de su interlocutor.