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Actualizado: 29 de septiembre de 2024
Como que es comedianta y necesita estudiar los papeles. ¡Ah! dijo dolorosamente Montiño, cayendo desplomado de lo alto del que creía un poderoso argumento.
La divina canción. La muchachita de Jerusalén. Siona entre los bárbaros. Mujercitas. La señora Jardincito. Túnez la Blanca. La famosa comedianta. Trenes de lujo. La Carrera. El cetro. El carro del Estado. Allá lejos. Al revés. En rada. En familia. Las hermanas Vatard. Apuntes parisienses. El demonio de la vida. Humos en el campo. Las sanguijuelas. El viejo calavera. Afrodita.
No fué esta aplaudida comedianta de Sevilla la única que dió fin á su carrera de tal modo: que algunas más que ella, después de lucir en las tablas sus gracias y donaires y después de pasar lo mejor de la vida, alegre y regocijadamente, se retiraron á descansar al convento, donde dieron grandes muestras de virtudes. Porque ya se sabe: el diablo harto de carne, etcétera, etcétera....
Espera, espera un momento dijo Dorotea poniendo sus dos manos sobre los hombros de don Juan y mirándole frente á frente. Don Juan exhaló una exclamación de asombro. Nunca había visto á Dorotea tan hermosa. Tembló bajo la impresión de la mirada de la comedianta. Siempre, siempre tu sed dijo Dorotea ; nunca tu amor. ¡Cómo! ¿aún dudas? No, no dudo ya dijo la joven.
Don Juan rodeó la cintura de Dorotea. Dorotea se alzó radiante de dignidad. La mujer que ama no es la impura cortesana, la torpe comedianta que vendía sus favores dijo ; respetadme, don Juan, respetad en mí lo más noble que Dios ha dado á sus criaturas: el amor y la pureza del alma. Don Juan se retiró, no confundido, sino enojado. Dorotea, pensativa y triste, guardó silencio.
Por fin llegó un día en que vio de cerca a una cómica, y no de las que andan de pueblo en pueblo trabajando a partido, sino de las que triunfan en Madrid y pagan a su modista cuentas que importan miles de pesetas. Había entrado un poeta en el estanco, le vio la comedianta, que en aquel momento pasaba por la calle, y, deseando hacerle algunas preguntas, entró tras él.
El cocinero mayor, fuese por temperamento, fuese por debilidad, fuese por cálculo, vomitaba todo lo que sabía. ¡Ah! dijo el padre Aliaga, cuya fisonomía había vuelto á ser impenetrable y benévola ¿conque esa comedianta entró con el sargento mayor en casa de doña Ana? Sí, señor. ¿Y el tío Manolillo? Se entró conmigo en una taberna de enfrente, donde almorzamos. ¿Y luego?
¡Os equivocáis! exclamó con precipitación el padre Aliaga , yo no puedo tener celos de nadie; yo estoy retirado del mundo, muerto para el mundo. ¡Bah! allá lo veremos. Os he preguntado de quién está enamorada esa comedianta. ¿No lo adivináis por lo que os he dicho? No ciertamente. Llegará un día en que me habléis con lisura: la Dorotea está enamorada con locura...
La litera era, en efecto, grande; la conducían dos mulas, una detrás y otra delante, y un criado vestido decorosamente de negro; ya que la comedianta, en razón de su oficio, que estaba declarado infame por una ley de partida, no podía llevar á sus criados con librea, llevaba del diestro la parte delantera.
Y sin embargo, la hermosura y el amor inmenso, excepcional de la comedianta, excitaban su deseo; halagaban su orgullo; don Juan, si hubiera podido, sin dejar de amar á doña Clara y de ser feliz con ella, hubiera sido amante de Dorotea. Pero esto era imposible: Dorotea tenía demasiado corazón.
Palabra del Dia
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