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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Carmen mostrábase animosa, muy pálida, apretando los labios, azulados por la emoción, moviendo nerviosamente las pestañas para mantenerse serena; y cuando le veía ya en el vestíbulo, llevábase de pronto el pañuelo a los ojos, estremecido el cuerpo por las bascas de suspiros y llantos que no lograban salir, y su hermana y otras mujeres tenían que sostenerla para que no viniese al suelo.

Llevábase las manos á la garganta, sacudía la cabeza, ¡imposible! trató de reir y sus labios se agitaron convulsivamente: un ruido opaco como el soplo de un fuelle era lo más que pudo producir. Miráronse las mujeres espantadas. ¡Está mudo, está mudo! gritaron llenas de consternacion, armando inmediatamente un regular alboroto.

Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilación de hombre modesto que teme revelar su importancia, llevábase una mano a los riñones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo brillo y limpieza parecían hipnotizarle. ¿Eh? decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.

Suspiraba, llevábase una mano a la frente, como si le doliese. Mientras tanto, danzaban las parejas en el corro con una algazara loca, chocando unas con otras, empujándose intencionadamente, con encontronazos que casi derribaban a los espectadores, haciéndoles retirar las sillas. Dos mozos comenzaron a insultarse, tirando cada uno del brazo de la misma muchacha.

Desaparecían los bocados entre sus labios de rosa sin dejar huella de su paso; funcionaban sus mandíbulas sin que este gesto disminuyese la hermosa serenidad del rostro; llevábase la copa a la boca sin que la más leve gota de líquido quedase como perla de color en sus comisuras. Así comían seguramente las diosas.

Llevábase la maleta y los libros el ventero, mas el cura le dijo: -Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están escritos. Sacólos el huésped, y, dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al principio tenían un título grande que decía: Novela del curioso impertinente.

Una ligera tos le hizo volver la cabeza, y vio junto a él, apoyada en la baranda, a Mrs. Power, su vecina del comedor. Un tul verde cubría la desnudez de su escote. Llevábase a la boca el cabo dorado de un cigarrillo, y un surtidor de humo partía de sus labios, tomando reflejos de iris bajo el resplandor eléctrico antes de perderse en la obscuridad.

Con el instinto maternal de los pájaros, tenía que pasarlo todo por su pico antes de que lo tragase el pequeñuelo. Llevábase la cuchara a la boca, soplaba en ella, la acariciaba con el aliento, y sólo tras de esta purificación se decidía a ofrecerla a su hijo, que, echando atrás la cabezota de pelos sedosos, mostraba sus encías desdentadas, su paladar sonrosado, de una palidez anémica.

Un solo ciprés, harto anciano, erguía en aquel paraje su obscura aspiración; y, en el centro, una alberca reflejaba, con quietud hipnótica, la tristeza del árbol, el hilo de sahumerio, las nubes, las constelaciones, y, a veces, también: la luna; tan precisa, tan clara, que Aixa, quitándose de los cabellos su almadraba de gemas redondas, hundíala con sagrado gesto en el agua, y luego, como si creyera haber apresado aquella curva diadema que al menor contacto se desgranaba en infinitos fragmentos, llevábase la red a la boca y gemía de un modo apasionado, tembloroso, incomprensible, mientras sus empapadas sortijas relucían en la penumbra.

Había visto días, los menos, eso , en que brillaba echando chispas el sol del alma, seguidos de otros en que se apagaba casi por completo; pero nunca vio una tan inalterable y mansa corriente de días tibios, iguales, de penumbra dulce y reparadora. Llevábase muy bien con doña Lupe, y con su marido le pasaba lo más extraño que imaginar pudiera.

Palabra del Dia

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